No se puede escribir un libro malo; quien lee un libro que no le gusta difícilmente volverá a comprar un título del mismo autor, aunque luego publique una obra maestra. Si bien a veces no se sabe si un libro es realmente flojo. Puede ocurrir que no encaje en las circunstancias que rodean a su lanzamiento. Lo que quiero decir es que no se puede dar gato por liebre. Es como lo de la hamburguesa. Conocí a un hombre la mar de campechano cuya hamburguesería me recomendaron. Pero a mí -no sé si estaría él a esa hora- me sirvieron una hamburguesa carbonizada, con el beicon acartonado y el pan del día anterior. Resultado: ni he vuelto, ni los he recomendado. En tiempos, las cafeteras de algunos bares extraían los cafés de dos en dos. Uno se guardaba hasta que venía otro cliente y se servía calentado con el vaporizador. Resultado: el cliente dejaba de tomar café en ese bar.
No se puede regalar algo malo, algo que envolvemos en un papel bonito porque nos lo dieron a nosotros y no nos gusta. Es un principio básico: no quieras para los demás lo que no quieres para ti. Un regalo deficiente no es regalo, es ofensa. No pidas a un pintor que te regale un cuadro, ni a un autor que te regale un libro: cómpralo. Ellos lo han realizado con esfuerzo, han invertido horas y materiales, dinero. El autor tiene que adquirir sus propios libros, aparte de los diez ejemplares que le corresponden por contrato, y el pintor tiene que poner mucho empeño, horas y sueños en pintar sus cuadros. Pero en el caso de que venga la enésima organización benéfica a pedirte un cuadro, nunca entregues uno del que no estás satisfecho: la gente pensará que no eres un pintor satisfactorio.
La fama es difícil de ganar, y hay que mantenerla día a día, no la podemos estropear con un producto malo. Aquí y en Francia, donde los famosos son eternamente apreciados. Aquí ocurre lo contrario, la fama hay que ganarla cada día, y un famoso o famosa vuelve a empezar de cero cada vez que presenta una obra nueva. Tampoco hay que pensar que una vez muerto llega la fama a los incomprendidos. Entre nosotros, una vez muerto un artista, poeta, cantante es famoso… durante unos tres meses. Luego se olvida. Incluso se olvida a los ídolos del fútbol, que es el arte nacional por antonomasia, una vez se les pasa el arroz. Somos muy olvidadizos. Ya saben lo que dijo un espectador en los toros de los sanfermines cuando le preguntaron por qué no aplaudía al torero, dijo: «A mí nadie me aplaude cuando voy a trabajar».