Para entender algo y que no se nos frían los sesos, todos necesitamos algo a lo que agarrarnos, que no cambie nunca y siempre permanezca en su sitio. Los creyentes tienen a Dios, naturalmente, que es su Gran Constante Universal, y los poetas, literatos y filósofos una imaginativa serie de constantes menores, tales el alma humana, el destino, la vida y la muerte, el bien y el mal. En física y matemáticas, cuando algo no se sabe qué es, ni por qué es así, pero permite resolver ecuaciones, se llama constante. Hay muchas. La constante de Planck, la de gravitación, la constante cosmológica, la velocidad de la luz, el número pi. Se trata de valores invariables en todo tiempo y circunstancia, y sin ellos todo el edificio del pensamiento se derrumbaría en un montón de cascotes. Cascotes acaso científicos, pero cascotes. Las constantes son algo imprescindible para conservar la cordura, o su apariencia, y sin ellas apenas podríamos resolver nada, o sólo operaciones simples, sumas, restas y tal. Lo que dejaría un espacio enorme para los sentimientos y emociones, una constante muy difícil de manejar. Las ciencias blandas, por ejemplo la Historia, también tienen constantes universales (la guerra, madre de la propia Historia), aunque rara vez se usan en los análisis y hasta procuramos olvidarlas, pues son constantes de muy mal agüero.
No está bien visto meterlas en un discurso, pese a que facilitarían la comprensión del asunto. En España, que se ha vuelto totalmente incomprensible en los últimos años, tenemos dos constantes históricas que jamás cambian. Madrid y Catalunya. Bastaría colocarlas en la ecuación, cualquiera, para entender fácilmente lo que nos pasa. Entender no es resolver, pero nos ahorraría montañas de palabrería. Otra constante histórica (muy histórica) es Israel, que según algunos se remonta a la creación de su Estado el 14 de mayo de 1948, y según otros al propio Génesis bíblico. Pero que en cualquier caso es una constante universal invariable. La que cuando la invasión de Líbano obligó a los informadores a consultar cuántas veces antes habían invadido Líbano. A menudo no nos gustan nada las constantes, pero están ahí. Y las necesitamos para poder pensar.