Se cumple un año del ataque perpetrado por el terrorismo palestino encarnado por Hamás, que causó más de 1.200 víctimas mortales entre civiles israelíes, incluyendo menores y bebés. Además, del total de rehenes secuestrados por estos criminales, aún permanecen hoy en sus manos más de un centenar de personas, sin que siquiera se pueda determinar si viven o no, lo que aumenta cruelmente el sufrimiento de sus familiares.
Los enemigos de Israel, declarados o tácitos, se manifiestan estos días acusando al único estado democrático del Oriente próximo de nada menos que de querer perpetrar un genocidio contra la población palestina. Algunos miserables, desde posiciones de la izquierda radical, incluso celebran los asesinatos y secuestros del 7-O de 2023.
La comparación entre una acción criminal indiscriminada -sin ningún otro fin que causar el terror- y la contundente respuesta militar del estado de Israel es mezquina. Los unos -una organización terrorista que parasita e infecta un pseudoestado fallido- no apuntan a ningún objetivo militar, sino que buscan masacrar población civil con el fin de aterrorizarla. Los otros -un estado plenamente democrático, guste o no el sentido ideológico de quien lo comanda- no hacen otra cosa que defender su mero derecho a existir, cuestionado por la inmensa mayoría de sus vecinos. Siempre que las condiciones lo permiten, Israel desarrolla sus audaces acciones de forma quirúrgica, como la asestada hace dos semanas por el Mossad contra activistas libaneses de Hizbolá. Las víctimas civiles de las acciones militares de Israel -que, desgraciadamente, son numerosas- no le procuran beneficio político alguno, bien al contrario. Responden únicamente al diabólico esquema del terrorismo palestino -y del islamismo radical en general- de intentar camuflarse entre la población, anidando en edificios e instalaciones civiles, incluyendo hospitales reconvertidos en arsenales. De esta forma, el terrorismo busca un doble efecto, el de la protección frente a la respuesta militar a sus crímenes y, obviamente, que, si finalmente se produce dicha respuesta, cause el mayor número de víctimas civiles posible para tratar de revertir el relato propagandístico entre sus acólitos, algo que sin duda consiguen con apoyo de la izquierda europea. De asesinos a víctimas, por gracia del ancestral antisemitismo de nuestra progresía. Stalin y Hitler compartían este sentimiento, ya ven.
La equidistancia en este asunto es también miserable. No hay dos partes en conflicto, sino unos agresores -quienes pretenden el exterminio de Israel- y un estado que defiende su derecho a existir pacíficamente, rodeado de enemigos.
Naturalmente, se pueden criticar las prioridades, el alcance y la contundencia de las acciones militares ordenadas por Benjamin Netanyahu -de hecho, muchos israelíes discrepan de ellas-, pero desde el antisemitismo se carece de la más mínima legitimación moral para ello.
La sociedad balear tiene una inmensa deuda de solidaridad con el pueblo judío por ominosas razones históricas de sobra conocidas. Aunque no todos los israelíes profesan esa fe, lo cierto es que no hay mejor forma de mostrar esa solidaridad que proclamando el derecho de Israel y los israelíes a ser, vivir y defenderse. Am Israel jai!