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El porquero noble

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Hijo de un rey homérico, su alto linaje no le salvó de ser secuestrado por unos proscritos que lo deportaron a Ítaca y esclavizaron como porquero. Cuando sabemos de    adversidades contiguas, acaso buscamos consuelo en rasgos diferenciadores que nos aletarguen. ―Le sucedió, cavilamos ingenuos, porque asumiría patologias previas e irreflexivamente eludimos que se trate de un declino por miedo (?), cobijado en la técnica del avestruz, que simula autoprotección aunque jamás de nuestra conciencia.

Tras larga ausencia y devaneos con sirenas, Ulises regresa a Ítaca donde le espera Penélope, su leal esposa, que desteje de noche lo que tejió de día, además de una cohorte de pretendientes dispuestos a usurparle tálamo y trono. Se viste de mendigo para no ser reconocido y se refugia en la choza de Eumeo, quien lo acoge y le susurra los designios no siempre risueños de los dioses, mientras el fiel Argos, que reaparece con su simbolismo en ‘Centauros del desierto…’, reposa a sus pies.

Ulises observa cómo un príncipe guarda resignado entre cardos y chumberas los cerdos de palacio y concibe que los vaivenes de la vida son inexcrutables. Que en los ‘cribados’, que vendrán, dependeremos de la bondad y ayuda de buenos samaritanos, procurando conservar encendido el candil con aceite, puede que no lo dijera Eumeo pero algo parecido creo haberle leído a Irene Vallejo, la de los infinitos juncos que siempre oscilan…

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