Desde que estudié Psicología, soy más dado a comprender que a juzgar. Y al ser cristiano, también recuerdo siempre las palabras de San Lucas, 6: «No juzguéis y no seréis juzgados». He encontrado en la literatura mucho material válido para descifrar los enigmas del comportamiento humano. Esopo, por ejemplo, fue un escritor fabuloso. Y no solo por escribir fábulas. La ciencia es precisa y objetiva, y su metodología rigurosa. Tal vez lleguemos a deducir, a partir de la física cuántica, que la corrupción es inherente al ser humano. Sabemos por experiencia que si nos apartamos del rigor científico, nos encontramos con un mundo engañoso y más falso que Pedro Sánchez.
Hay leyes esotéricas, que puedes creerte o no, son difíciles de demostrar y nadie sabe de dónde demonios han salido. Parten de una serie de principios, como el Principio del fin, que dice: «todo lo que empieza acaba» o el Segundo principio del mantenimiento: «Lo que deja de mantenerse, empieza a degenerar».
Se ha hecho famosa la ley de Murphy. «Si algo puede salir mal, saldrá mal». Está sobrevalorada. Se ha podido comprobar que no siempre se cumple, lo que ha provocado grandes decepciones y reclamaciones entre la gente ceniza. Esto nos lleva a la ley de memoria histórica selectiva. Recuérdenla, si quieren. Cada uno puede recordar las cosas a su manera. Peret cantaba que es preferible reír que llorar y si has vivido cosas malas, mejor olvidar.