Pan con pan, comida de tontos, dice el refranero, para referirse al hecho de que la monotonía en la comida no es aconsejable. Muchos piensan que para evitar dicha monotonía no está de más visitar de vez en cuando un restaurante. Por cierto, oigo comentar que durante la temporada veraniega los restaurantes en general han registrado una disminución de clientela. No me extraña, porque los precios se han puesto por las nubes. Mi padre decía que un restaurante no es buen negocio, porque los alimentos, sobre todo en las islas, están muy caros y queda poco margen. Claro que eso era antes del turismo, cuando un menú muy caro valía 20 pesetas. Las cosas han cambiado. Ahora leo comentarios de clientes insatisfechos que afirman: «Salí con hambre y con 80 euros menos». Me parece que con ochenta euros se pueden hacer más de dos comidas caseras bastante abundantes. Mirando la carta de postres de algún restaurante uno comprueba que puede pagar nueve euros por algo que debe de costar dos. Casi 80 por ciento de beneficio bruto.
Cuando vamos a un restaurante «para romper la monotonía de la comida» comemos más, engordamos más, pagamos más, despertamos más envidia en los que no pueden permitírselo, bebemos más y no siempre quedamos satisfechos. Algunos camareros se acercan a la hora de los cafés y dicen: «¿Qué tal?». Ni siquiera especifican «qué tal estaba la comida, el servicio, el local», no, simplemente «¿qué tal?». Una vez tuve que esperar horas a que nos sirvieran a mi mujer y a mí una comida menos que pasable, la cuenta en cambio era astronómica, y luego va el camarero con una sonrisita y me dice: «¿Qué tal?». Yo le contesté, simple y llanamente: «Fatal». Y se fue rezongando: «Fatal, eh, fatal…».
En otra ocasión leí que alguien quería que le aconsejaran sobre un buen restaurante para cenar, bien situado y por añadidura barato, y le puse: «Ayuno intermitente». El ayuno intermitente consiste en alternar pausas de ayuno con períodos de alimentación, por ejemplo, no cenar. Entre sus beneficios se citan la pérdida de peso, la mejora del metabolismo, la salud cardiovascular –regular los niveles de colesterol y triglicéridos– y la prevención de enfermedades como la diabetes. Es lo más barato que se puede encontrar, es aconsejable para la salud, si se hace bien, y te puedes sentar en el sitio más céntrico de la ciudad a aspirar el aire –más o menos contaminado– sin que te afecte ese otro refrán que asegura que de grandes cenas están las sepulturas llenas.