La canción de Danny Daniel decía: «Por el amor de una mujer, jugué con fuego sin saber que era yo quien me quemaba». Se la podríamos aplicar a Juan Carlos I «El Mujeriego». Si el amor a Sofía nos convierte en filósofos, las relaciones con Bárbaras y Corinas nos llevan por el camino de la amargura. Hoy en día, todo queda grabado y es publicable. Carnaza informativa. No hay secretos. La información como munición. Hemos oído hablar del programa Pegasus, pero ignoramos el resto.
Curiosamente, tenemos una ley de Transparencia. Creemos que para mejorar las cosas, basta con promulgar una ley y asunto resuelto. De educación, dependencia o amnistía. Pero la realidad acostumbra a ser más compleja que cualquier normativa, por lo que faltan recursos y sobran discursos.
Según la susodicha ley de Transparencia, nos tendríamos que enterar de todo. La función pública sería de una claridad ejemplar. Los políticos no tendrían nada que ocultar. ¿Qué pasa en realidad? Que no nos enteramos de nada o nos controlan continuamente sin que nos demos cuenta. Olvídense de la intimidad, la privacidad y el «vive oculto» de Epicuro. La máxima aspiración de muchos es la fama, figurar, el postureo y las apariencias. Prepárense para lo que queda por salir a la luz.
Para dedicarse a la política pronto será obligatorio pasar la prueba del algodón. Como decía aquel anuncio de la tele que los mayores recordarán: «el algodón no engaña».