«Construir un relato», ayer, era algo diametralmente opuesto a lo que es hoy. Los relatos no se edificaban, se escribían y su fin era la creación de arte mediante las palabras guiadas por la imaginación. Actualmente, «construir un relato» se ha mudado en elaborar una mentira con la que justificar una iniquidad. Esa falacia que, iterada y unida a otras, crea un estado de opinión favorable a la clase dirigente. Para ello se necesitan, básicamente, dos cosas: el control de los medios de comunicación (los transmisores de esas realidades virtuales) y la sumisión y/o incultura del pueblo receptor. De ahí la censura maquillada a la que nos conduce el actual gobierno y el asalto a la televisión pública –por una parte– y la lenta pero constante eliminación en los planes de estudios de todas aquellas materias que puedan convertir al ciudadano futuro en un ser autónomo y con criterio propio. ¿Se dan estas circunstancias actualmente en nuestro país? La respuesta es meramente retórica. Y demoledora. Habría que sumar a lo dicho, probablemente, un tercer requisito: la total falta de escrúpulos, de ética, de moral en quien utiliza sin dignidad y en beneficio propio todos los resortes del Estado sustentado por un Maquiavelismo repugnante. ¿El último ejemplo? Se nos intenta vender ahora la idea de que los últimos actos violentos acecidos en Paiporta habían sido orquestados por un grupo de ultraderecha. Pero no: lo acaecido en esa localidad fue, simple y llanamente, el fruto de la ira totalmente comprensible de un pueblo abandonado a su suerte… Ese pueblo que, al igual que quien esto suscribe, probablemente se formula preguntas muy sencillas, pero de respuestas aterradoramente evidentes. A saber:
A.- ¿Por qué, desde el minuto uno, no se decretó el Estado de Emergencia por parte del Gobierno tal y como prevé nuestra Constitución?
B.- ¿Es necesario que alguien, en una situación extrema, tenga que solicitar ayuda para que esta le sea prestada? ¿Dejaría usted que un niño se ahogara en un río por el hecho de que no le ha solicitado explícitamente socorro?
C.- ¿Se trataba de aplicar el viejo aserto de «cuanto peor para el enemigo, mejor para mí»?
D.- ¿Se habría decretado el Estado de excepción si la Comunidad Valenciana hubiera estado políticamente en manos del PSOE o del –seamos sinceros– PS?
E.- ¿Es tan difícil entender que una Comunidad Autónoma (la Valenciana no fue eficaz pero sí enormemente bobalicona y torpe) no posee los poderosísimos medios de los que sí dispone el Estado?
F.- ¿Recuerda alguien que también se puede matar por omisión?
Aparte, por favor, de sí los diferentes relatos que le irán ofreciendo los mercaderes y lameculos de los distintos poderes y conteste, por sí mismo, a las preguntas que modestamente le he formulado. Con criterio propio. Con serenidad. Con objetividad. Con inteligencia. Pero, sobre todo, hágalo desde la empatía con el pueblo herido y con la humanidad de la que carecen quienes dirigen el cotarro y que, como dijo la impresentable Aina Vidal, no están para achicar agua… Aunque deberían…