Andan los ciudadanos, los expertos y el mundo sanitario horrorizados por lo que ya llaman «epidemia» de enfermedad mental. Yo estoy convencida de que no son nuestras mentes las que han enfermado, sino la sociedad que se nos impone, el absurdo ritmo de vida y los estándares de todo tipo imposibles de alcanzar. La mayoría reclama más atención pública a esta cuestión, que se incorporen a la escuela y la sanidad miles de profesionales para atender una demanda desbocada de depresiones, ansiedad, fobias y trastornos… desequilibrios que desde la pandemia de coronavirus se han disparado. Al mismo tiempo, anda el alcalde de Palma, Jaime Martínez, haciendo encuestas a los vecinos para saber qué hay que mejorar en la ciudad y con qué servicios están satisfechos. Las respuestas serán de traca, eso seguro. Sin necesidad de psiquiatras ni de consultas a la ciudadanía le daré a Martínez un consejo que haría bien en seguir, aunque no lo tendrá nada fácil en un lugar como Palma, prácticamente hostil. Se llama la regla del 3, 30, 300 y determina hasta qué punto el verde, lo vegetal, lo que está vivo y respira y permanece arraigado a la tierra y, al mismo tiempo, alza sus ramas hacia el cielo, es mano de santo para nuestra salud. La física y la mental, que al final son lo mismo. Consiste en garantizar que cada persona que habita una ciudad vea al menos tres árboles desde su ventana, su barrio dedique el 30 por ciento a cobertura vegetal y se encuentre a menos de 300 metros de un gran parque. Le invito a que revise palmo a palmo una urbe en la que la mayoría solo puede ver coches aparcados, coches circulando, aceras llenas de pis de perro y contenedores desbordantes de basura. Ah, y unas cuantas pintadas.
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