Fuera o no su autor Maquiavelo, lo cierto es que la tradicional definición de la política retrocede frente a las propuestas de los extremos del arco político, a izquierda a derecha. Para el entorno de este conglomerado mal avenido que constituyen los neocomunistas de Sumar/Podemos y, en demasiadas ocasiones, la derecha populista de Vox, la política pasa de ser el arte de lo posible al arte de lo absurdo o descabellado.
El Decreto Ley sobre vivienda que Marga Prohens consiguió sacar adelante este martes con los votos de sus inestables e inevitables socios de Vox establece una serie de medidas cuya efectividad podrá ser valorada con el tiempo, pero que se mantienen estrictamente dentro de lo razonable, por más teatralización que Armengol y sus subalternos locales hayan escenificado, como si ellos alguna vez en ocho años hubieran planteado -y mucho menos ejecutado- alguna alternativa.
No hay que engañarse, Vox no ha conseguido, como pretendía, sacar al PP de la órbita de lo posible, tratando de liberalizar y urbanizar todo el suelo rústico de Balears, para trasladar aquí la concepción/orden que al respecto emitió el único amigo de Trump en España, Santiago Abascal. Pero, ni las islas son las estepas mesetarias de nuestra Península, donde el suelo yermo abunda y cuesta dos duros, ni, por mera supervivencia, podemos permitirnos la conversión de nuestro archipiélago en una ilimitada macrourbanización, como fantaseaba Manuela Cañadas en sus más húmedos sueños políticos.
Tonterías, las justas, que hablamos de estas hermosas Islas donde la líder exsocialista de Vox tampoco nació.
Y, si Vox pretendía mercantilizar hasta el último metro cuadrado de Balears, el akelarre podemita anuncia que lo que hay que hacer es prohibir todo lo prohibible, desde adquirir viviendas como inversión o ejecutar desahucios y llegando al clímax con la expropiación de viviendas a fondos estadounidenses. Por cierto, de las de los mafiosos rusos no dicen nada.
Esta gente se pone cachonda con solo imaginar un mundo, como el de la extinta RDA, donde todo estaba prohibido -incluso abandonarla- y los ciudadanos vivían permanentemente vigilados por la Stasi y los llamados Vopos, que acababan con cualquier mínima disidencia a culatazos o balas de Kalashnikov. Todo ello, infinitamente democrático. Resultarían cómicos si no fuera porque los regímenes en los que se inspiran los podemitas asesinaron -y asesinan- a millones de personas, pequeño detalle que tienen cierta tendencia a omitir.
Capítulo aparte merecen los impostados lamentos del PSIB. Ahora resulta que las áreas de transición de los grandes municipios -algunos de ellos, gobernados por la izquierda- no son precisamente eso, zonas en las que, en su día, se prevé desarrollar el crecimiento de las ciudades. Si a los socialistas no les gustan las áreas de transición, lo tienen fácil, puesto que tienen la plena competencia para modificar a la baja el planeamiento municipal de ciudades como Inca, Manacor o Maó.
Eso sí, primero que miren las propuestas que el Govern del finado Francesc Antich hizo al respecto, porque a lo mejor resulta que Prohens no ha hecho más que recuperar el planteamiento que ya hizo el conseller socialista de vivienda, Jaume Carbonero, cuatro legislaturas atrás.