Un reducido número de empresas tecnológicas estadounidenses -las llamadas Big Tech: Meta, Amazon, Microsoft,
Alphabet y Apple- ha acumulado un poder político y estratégico sin precedentes. A través del control del conocimiento científico-técnico y de tecnologías de doble uso, como la computación en la nube, la inteligencia artificial o los sistemas satelitales, estas corporaciones se han convertido en actores clave tanto en la economía global como en la esfera militar. Esto ha dado lugar a la conformación de un complejo digital-militar-industrial en el que los intereses públicos y privados se entrelazan hasta el punto de volverse indistinguibles. El caso de Estados Unidos es paradigmático.
Las Big Tech proporcionan al aparato militar y a la CIA desde algoritmos de reconocimiento facial y predicción de comportamiento hasta plataformas para el control y el análisis masivo de datos. Pero lo más inquietante es la implicación directa de estas empresas en conflictos bélicos actuales: SpaceX -propiedad de Elon Musk- proporciona apoyo satelital al Ejército ucraniano, mientras que Amazon, Google y Microsoft gestionan infraestructuras digitales críticas tanto en la guerra de Ucrania como en la de Gaza.
Este complejo digital-militar-industrial ha terminado convirtiéndose en una amenaza real para la democracia occidental. Ante este escenario, la Unión Europea parece estar descolocada. Pese a avances regulatorios importantes -como la ley de inteligencia artificial-, ni los ciudadanos, ni las empresas, ni los Estados miembros cuentan aún con una alternativa real al dominio de las Big Tech norteamericanas líderes políticos europeos podría acabar reforzando dicho dominio. Es urgente que Europa reaccione y que lo haga proponiendo un camino propio. Esto implica repensar la naturaleza del ecosistema digital: no se puede aceptar como inevitable que tecnologías tan potentes se usen para vigilar a los Estados, manipular a la ciudadanía o hacer la guerra. En lugar de plegarse al modelo estadounidense, la Unión Europea debería liderar la construcción de plataformas digitales públicas, orientadas al bienestar colectivo.
Parece que la política arancelaria de Trump inevitablemente va a crear en Europa el marco para repensar y renovar la política industrial. Más allá de responder a la política comercial de Trump con aranceles a servicios tecnológicos e impuestos a las Big Tech, como muchos recomiendan; creo que se debería apostar por una estrategia encaminada a fortalecer la gobernanza pública del entorno digital en lugar de dejarlo todo en manos de la iniciativa privada.
Creo, por tanto, que estas tecnologías, y los esfuerzos en investigación e innovación vinculados a ellas, deberían enfocarse en ampliar bienes públicos como la salud, la educación y el conocimiento abierto. Para ello es necesario que haya regulación.
Una regulación cuyo punto de partida sea el control de internet. La red, antaño considerada un espacio de emancipación, ha sido capturada por una lógica de mercantilización, vigilancia, manipulación de la opinión pública y guerra. Es hora de que el poder democrático europeo recupere el control de un recurso que será decisivo para el futuro de nuestra civilización.