Aún no habían terminado los delirantes ditirambos fúnebres al escritor peruano Mario Vargas Llosa, y sus interminables funerales mediáticos, cuando ya se les superponen, con hiperbólicos elogios que me dejan igualmente estupefacto, las colosales honras fúnebres al Sumo Pontífice recién fallecido, el papa Francisco Bergoglio. Menuda acumulación de muertos ilustres llevamos. Incluso sabiendo que el arte de la necrológica, y he redactado centenares de ellas en esta vida, en otro tiempo, al igual que las misas de difuntos, es siempre hagiográfico y exige mentiras piadosas para elogiar al difunto, el clamor mediático de estos insignes fallecidos parece excesivo. ¡Y su legado! Del escritor peruano, convertido ya en el mayor genio de las letras desde hace siglos, y no solo en castellano, prefiero no decir nada porque siempre me resultó muy antipático, y hacía casi medio siglo que no le leía.
Pero al papa Bergoglio, pese a la tirria que le tenían los sectores conservadores dentro y fuera de la Iglesia, y su desmesurada fama de progresista y gran reformador al preocuparse por el cambio climático, yo debo ser de los pocos comentaristas que aunque hablase de mujeres, homosexuales y pobreza, nunca percibieron tales méritos, ni qué reformas hizo, ni me pareció especialmente misericordioso para ser un papa. Un Pontífice, con mucha labia argentina, eso sí, pero Sumo Pontífice de la Iglesia, de cuyo dogma y doctrina jamás se separó ni un milímetro. Cómo iba a hacerlo. Hablar, mucho; hacer, poco.
Y a veces, como cuando le preguntaron en un avión por los asesinatos de humoristas del semanario Charlie Hebdo, hasta esa labia le traicionó. «Si alguien se mete con mi madre le doy un puñetazo», dijo para explicar los crímenes islamistas. Enseñando el puño, un episodio inolvidable. La religión, cómo no, era su madre aunque no fuese su religión. Normal, tratándose del Papa. Que ahora, en sus honras fúnebres, casi lo presentan como un revolucionario iluminado que cambió la historia de la Iglesia. Hasta temen por la continuidad de su excepcional legado. Un poco exagerado, sí, al nivel de Vargas Llosa. Es tiempo de funerales, pero de funerales grandiosos, multitudinarios. Icónicos.