Según unos informes publicados recientemente, el acoso o bullying en las escuelas es algo que cada vez va a más, llegando al punto de poder decir que uno de cada tres niños lo sufren o lo han sufrido alguna vez. Me parece una cantidad de proporciones monstruosas, la verdad. Es horrible tener que privarse de una infancia más o menos feliz en el entorno escolar que, se supone, debería ser el que, después de la familia, protegiera más a los niños. El bullying no es, desde luego, algo de ahora. Lo que pasa es que cada vez va a peor, pues hoy puede continuar fuera del entorno escolar. En estos últimos cuarenta años no se ha combatido de ninguna forma.
Tal vez porque no existe una forma capaz de acabar con él. No lo sé. Soy muy pesimista con respecto a este fenómeno. Porque no solo arruina la niñez o la adolescencia; arruina toda la vida.
Y uno lo guarda escondido porque, encima, le parece algo vergonzoso. Compadezco infinitamente a todos los niños que tienen miedo de ir a la escuela, que hasta llegan a odiarla, y que se ven abocados a una soledad forzosa. Siempre he considerado que este asunto es terriblemente peligroso y torturador, y que deja un poso en el alma que jamás se va. Bueno, no he dicho nada nuevo, como ven. Pero es que mis interrogantes no acaban aquí. Yo siempre me he preguntado qué pasa con los acosadores, qué clase de personas son cuando se hacen mayores. ¿Hay tantos acosadores? ¿Tantísimos? Esto me parece aún más preocupante. Y me cuesta mucho creer que un niño acosador sea una persona buena el día de mañana. Muchísimo. He conocido a algunos y no sé qué ha sido de ellos. Pero apuesto a que son adultos ruines y de poco fiar. Repulsivos. Como mínimo.