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Porque a los oficios vamos a jugar

| Menorca |

Una de las cuestiones más sorprendentes de esta nueva política, dedicada a entretenerse a sí misma con asuntos completamente ajenos a la vida real, es la de la proliferación de una serie de profesiones tan novedosas como inútiles y simpáticas. Fontaneros, poceros, tertulianos, espadachines y sablistas, comisionistas, familiares y amigos, facilitadores o furibundos activistas de redes sociales conforman un nuevo panorama de nuestra actividad económica que ya puede ser considerado como un sector propio del todo diferenciado de los tres clásicos.

Deberíamos, indudablemente, dar un rango apropiado a toda esta actividad enmarañada y difusa. Establecer unos epígrafes apropiados para estas nuevas ocupaciones nos permitiría llevar mejor unas cuentas nacionales que quedan mal registradas al no computar debidamente tanto desbarajuste. Vamos, que tendríamos que ir determinando un IVA, si se quiere reducido, y toda una regulación adaptada a esta nueva realidad.

¿Para qué engañarnos a nosotros mismos? Seamos conscientes de dónde estamos y actuemos en consecuencia. No resulta serio ocultar fontaneros entre los pliegues de actividades tan reconocidas como la filatelia en la que personajes tan eminentes como don Pantuflo Zapatilla, catedrático de Colombofilia y Filatelia amén de padre de los gemelos Zipi y Zape, nos habían permitido alcanzar altísimas cotas de reconocimiento internacional. No resulta serio que creemos trampantojos tan complejos como los de los ministerios de transiciones varias para camuflar activistas cuya única misión parece ser la de proporcionar mensajes, chistes y bulos que puedan ser ridículamente repetidos por los distintos portavoces. No resulta serio que admitamos como normal la incapacidad de determinar el origen de nuestros problemas más graves adjudicándolos a diversas negligencias ideológicas de los unos y los otros.

Tal vez, con la admisión de este batiburrillo generado por estas novedosas e imprescindibles nuevas profesiones, hayamos perdido precisamente la seriedad en la administración de nuestros asuntos. Recuerda uno, que ya va mayor, la confianza que generaban aquellos venerables ingenieros de caminos, canales y puertos con premio de fin de carrera que, parapetados tras sus brillantes calvas obtenidas a fuerza de estudio y aplicación y sus enormes gafas de concha, explicaban problemas completamente abstrusos en un lenguaje incomprensible. No es que se les entendiera, desde luego, pero le quedaba a uno la sensación de que el responsable del asunto sabía dónde estaba y lo que estaba haciendo.

DESDE QUE LOS MÉRITOS para la obtención de un elevado puesto de enorme responsabilidad se encuentran en la fidelidad probada a la banda a la que se pertenezca, los mensajes se han vuelto tanto más comprensibles cuanto más soeces e inadecuados. Los entendemos, precisamente, porque no son más que bobadas. Ya que hemos decidido que las cosas estén tan claras, podríamos, al menos, llamarlas por su nombre.

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