Con su vigilia a cuestas y hábitos engullidos por la soledad, con su aditivo café ―solo y con hielo, ayudado por píldoras reparadoras, nuestra actriz o actor, jubilado por cédula, asaz meritado por H.C., cogía la estilográfica y un bloc para borronear, mientras miraba por el rabillo del ojo a esa pluma sostenida por su mano, que ya no era suya en plenitud… Empezaba a desconocer los trazos de su signatura hasta no hace mucho ágil y firme, gemía para sí. Iba un día por semana a la financiera e indeciso no se decidía a cerrar ninguna transacción. Para ultimar cualquier operación se requería su firma en algún documento ―y, cual arma que carga el diablo, huía de plásticos, huellas y rostros que reconocen, y aunque los empleados que le atendían, ya lo conocieran de siempre, incluso desde antes de la última fusión, y se acercaran a él con suma amabilidad, se le haría un nudo en la garganta si advirtiera que al fijarse en su firma trémula cambiaran con disimulo un gesto y se miraran en silencio entre sí, como cuando, en un suponer, descubren a un sospechoso con causa y, sin pretender alertarlo, miran distraídos para otro lado mientras aprietan un botón rojo, generalmente― oculto bajo la mesa...
Charlas escritas
Café solo con hielo
Manuel Cañas | Menorca |