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¿Qué le dice un perro a su terapeuta?

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Si pensabas que el único que necesitaba terapia en casa eras tú, es porque no has mirado fijamente a los ojos de tu gato. La psicología animal es un mundo tan serio como surrealista. Y sí: existen psicólogos especializados en animales. No, no están locos. Ni te están estafando. Empecemos por lo básico: ¿qué hace un psicólogo animal? No, no se sienta en un diván con un chimpancé preguntándole por su infancia. Su trabajo consiste en estudiar el comportamiento de los animales, tanto domésticos como salvajes, para entender por qué hacen lo que hacen y, sobre todo, cómo ayudarlos a no volverse locos en un mundo cada vez más diseñado para humanos. Uno de los problemas más comunes es la ansiedad por separación. Traducido al idioma humano: tu perro cree que cuando te vas, te has unido a una secta de gatos callejeros y nunca volverás. ¿Solución? Terapias de exposición, juguetes interactivos, o tomar antidepresivos. Los gatos, esos aristócratas de la indiferencia, también tienen lo suyo. Algunos desarrollan comportamientos obsesivos, como lamerse compulsivamente o atacar sombras. ¿Por qué? Porque están estresados. Tal vez por la mudanza, tal vez porque no les gusta el nuevo cojín o porque la vecina tiene un canario que canta mejor que tú en la ducha.

No todo son dramas. A veces hay casos dignos de una sitcom. Como el del loro que aprendió a insultar al cartero con una precisión escalofriante. O la cabra con fobia al césped artificial. O el hámster narcisista que solo giraba la rueda si había un espejo delante.

Y aquí viene la gran revelación: muchas veces, el problema no es el animal. Eres tú. El psicólogo animal te lo dirá con tacto: «Quizás deberías revisar tu rutina de paseos». (Traducción: «Tu perro está como una cabra porque tú eres un desastre organizativo»). A veces, las mascotas reflejan la ansiedad, el caos o la hiperactividad de sus dueños. O simplemente se sienten maltratados cuando les vestimos, les tratamos como a personas, y volcamos en ellos afectos excesivos. Pero tranquilo: nadie te juzga… excepto tu gato, siempre tu gato.

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