Me llamaron hace un tiempo de un juzgado gallego. Los funcionarios hallaron una nota que me vinculaba con el fallecido. Habían localizado sin vida en su dormitorio a don Casto, primo de mi padre.
Según los expertos, lo encontraron decúbito prono, a saber: tendido boca abajo, su cabeza giraba hacia un lado, su cuello en posición neutra, y con sus extremidades extendidas. El forense certificó que había fallecido de muerte natural. Ya tenía ochenta y dos años, sosegó el oficial. En un sobre, que descubrieron entre sus pertenencias, el recibo de una póliza de decesos facilitó su entierro, que fue gestionado por su sobrina Carmeliña, única heredera legal del difunto, que, como cabe suponer, se quedó con todo... No obstante, dejó a mi elección los cinco libros del difunto, que me ofreció a portes debidos. Cuando recibí el lote, distinguí fatigados;una «Mirada Podadera», un «DRAE», una «Biblia», con una señal en ‘Proverbios’, «Don Quijote», con marcas en su segunda parte; y el «Martín Fierro», con otra huella en un verso que dice: «Es la memoria un gran don/cualidad muy meritoria/ y aquellos que en esta historia/ sospechen que les doy palo/ sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria...».