Menorca es una isla de dimensiones modestas, pero anfitriona de grandes historias. Acoge anécdotas, episodios memorables y un pasado grandioso que no siempre miramos con la atención que merece. Por alguna razón, quienes vivimos aquí a menudo no somos del todo conscientes de su riqueza. Curiosamente, a veces son los que llegan de paso quienes nos enfocan la mirada hacia tesoros que teníamos delante y no veíamos.
Uno de esos tesoros es la maqueta de la esfera armilar, un proyecto concebido y desarrollado íntegramente en Menorca a partir de 1986 por el valenciano afincado en la isla, Rafael Trénor. Se trata de una estructura tridimensional que representa la esfera celeste, formada por anillos —o armilas— que reproducen los principales círculos astronómicos: el ecuador, la eclíptica, los meridianos… Su propósito era medir la posición de los astros y simular su movimiento, especialmente la rotación diurna. El término «armilar» proviene del latín armilla, que significa aro o anillo.
La historia de este instrumento nos lleva al mundo antiguo: se atribuye al griego Eratóstenes (s. III a.C.) y aparece descrito por Ptolomeo en su «Almagesto» (s. II d.C.). Durante la Edad Media se difundió por el mundo islámico y, más tarde, en Europa, como herramienta de enseñanza astronómica. En la península ibérica, la primera referencia la encontramos en la esfera construida por ‘Abbās ibn Firnās para el emir Abd al-Rahmān II en el siglo IX. Pero fue en el Renacimiento cuando la esfera armilar alcanzó su apogeo con el modelo heliocéntrico de Copérnico. Algunas de las más espectaculares fueron obra de Antonio Santucci, como las que hoy se conservan en El Escorial y en el Museo Galileo de Florencia.
La esfera armilar se convirtió así en un símbolo de sabiduría, conocimiento y astronomía. Aparece en grabados, esculturas y manuscritos como emblema del saber. Incluso forma parte, desde 1495, del escudo de armas de Portugal, incorporada por el rey Manuel I.
Rafael Trénor llegó a Menorca y, como tantos otros, sintió que esta isla era su lugar en el mundo. Culto, inquieto y apasionado por el cosmos, decidió presentar su idea de una esfera armilar monumental a la Expo de Sevilla de 1992. Y ganó.
Junto al ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez, diseñaron una estructura de 92 metros de altura y 80 de diámetro, una macroescultura comparable en ambición a la Torre Eiffel o al Atomium de Bruselas. No era solo un instrumento astronómico, era un monumento destinado a convertirse en símbolo urbano, punto de referencia y orgullo colectivo.
Pero los sueños también tropiezan. La falta de financiación, unida a la crisis económica y a trabas administrativas, impidió que la esfera se levantara en la Isla de la Cartuja. Más tarde, en Valdebernardo (Madrid), incluso se colocó la primera piedra en 1991, pero el proyecto volvió a quedarse en espera. Valencia también se barajó como escenario, con propuestas en el Parque de Cabecera y el Parque Central, pero el proyecto no se materializó.
En 2019, Trénor donó una maqueta a escala 1/30 al Consell Insular de Menorca. Hoy se expone de forma permanente en el Lazareto del puerto de Mahón, un edificio espectacular que merece la visita por sí solo. La maqueta, de casi cuatro metros de altura, mantiene la esencia del proyecto original: ocho meridianos, cinco paralelos y la trayectoria solar como eje simbólico.
Lo que Trénor propuso no fue sólo una escultura: fue una invitación a pensar en grande. A mezclar ciencia y arte, astronomía y ciudad. A crear símbolos que nos conecten con el cielo y con nosotros mismos. Aunque la gran esfera nunca se construyó, su maqueta conserva el poder de la metáfora: el de aquello que pudo ser y sigue iluminando.
Considero que su visita —guiada y explicada— debería ser una actividad cultural imprescindible en los colegios, pero también para cualquier menorquín o visitante que quiera mirar la Isla con ojos nuevos. Porque Menorca no es solo belleza natural. Es también pensamiento, creación y legado.