Mucho ha sorprendido el que dirigentes de un consolidado partido político se estuvieran lucrando con las obras públicas, las que costeamos los españoles a través de nuestros impuestos. Descubrir el grado de corrupción en que se hallaban instalados esos tales produce repulsión y grima. Pero, con ser gravísimo, eso no es todo.
Tanto como lo anterior ha desconcertado a la gente, entre los que se cuentan afiliados socialistas, el caer en la cuenta del trato denigrante que brindaban a las mujeres. Que existe un marcado machismo en nuestra sociedad es evidente; que hasta los varones que no permitirían que se faltara al respeto a esposa e hijas tengan actitudes inapropiadas, lo estamos viendo cada día; pero que un par de individuos que ocupan puestos relevantes en la política española se expresen con ese desparpajo y desprecio, cuando creen estar a salvo de los oídos ajenos, nos da una idea de lo que brota cerca de nosotros, sin que lo conozcamos o sin que le demos importancia. Nada nuevo. Recuerden aquellas apropiaciones de dinero público en Andalucía que invariablemente derivaban hacia el comercio sexual.
Unos y otros pertenecían a un partido que hace gala de su apoyo a la igualdad, de su contundente rechazo al patriarcalismo; de no tolerar la violencia, el abuso, la cosificación del cuerpo de las mujeres, de querer eliminar la prostitución. En los últimos congresos federales se ha posicionado oficialmente como abolicionista de esa explotación. Tal línea de pensamiento y actuación ha sido una reivindicación constante del sector femenino del partido, aunque por lo que estamos viendo el escepticismo e incluso la desavenencia práctica han saltado por encima de las conveniencias y de la política oficialmente mantenida. La prueba es que el compromiso adquirido en orden a redactar una ley integral de abolición de la prostitución se quedó en nada al ser presentada el año pasado en el Congreso, cuando aún estaba sin madurar y sin haber negociado los suficientes apoyos para que saliera adelante. Naturalmente, ahora la ministra de Igualdad ya está anunciando que en septiembre habrá un segundo intento. Ahora, no antes.
Habrá que ver si la presión social será lo suficientemente poderosa para que se formalice una nueva propuesta, pero tampoco pensemos que de esta manera quedará solucionado el problema. Que se dicte una ley contra esta lacra no llevará de forma inexorable a su desaparición, como el hecho de que se promulgue una furibunda ley contra los atracos jamás logrará que sean eliminados. Lo primordial es invertir en educación: «Reeducar a los varones para que no continúen creyendo que, por su mera condición de hombres, tienen derecho a comprar cuerpos de mujeres» (Gemma Lienas, 2006). En otros campos se ha logrado lo impensable: campañas constantes y contundentes contra la dependencia del tabaco han dado resultados espectaculares respecto a lo que se consumía hace unas pocas décadas.
Lo ven con claridad los expertos. Uno de ellos dejaba clara su postura: «Me placería escribir, y mucho más estar seguro, que algún día no habrá prostitutas, ni chulos, ni policías, ni jueces ni prisiones; que los bienes de este mundo serán repartidos entre los hombres (…). Pero, por desgracia, en lo que toca a la prostitución mucho me temo que ninguna elevación del nivel de vida acabará para siempre con la explotación…». (Dominique Dallayrac, 1968). De eso podemos estar bien seguros: la educación debe ir siempre por delante de las leyes.