Venga, veamos... Hace unos días «Es Diari» publicó un reportaje sobre algunos franceses que habían invertido y montado negocios en nuestra isla. En los comentarios digitales de la noticia, siempre escondidos detrás de un clarificador seudónimo, se mostraba la preocupante realidad que vive Menorca: la aversión social que parece despertar en algunos todo lo que significa tener iniciativa o el mismo ejercicio de la compra-venta de inmuebles. Los comentarios también mostraban un innoble sentimiento de rechazo (¿casi cercano al racismo?) para con los franceses, esos ciudadanos tan comunitarios como nosotros, que son libres de adquirir una propiedad o montar un negocio donde quieran dentro de los límites de nuestra Unión Europea. Sí, la mayoría de esos comentarios transmitían un innoble desprecio hacia los descendientes de quienes ya estuvieron aquí entre los años 1756-1763 del Siglo de las Luces, cuando fundaron un pueblo en honor a su Rey, nos trajeron brillantez intelectual, nos enseñaron el ‘oliagu brochée’ y exportaron al mundo nuestra salsa mahonesa.
Es triste comprobar como la gran mayoría de aquellas opiniones (más bien deposiciones ofensivas) no tenían ni la más remota idea de lo que estaban comentando porque solo estaban propulsadas por bajos sentimientos. No sabían de la incidencia de tales iniciativas en el PIB de la isla, ni conocían el beneficio de esas inversiones para el tejido comercial de Menorca (pregunten a sus proveedores locales). Ni para nuestro entorno cultural. Simplemente era gente cegada o injertada de ideología populista que repetían, insisto, desde el anonimato más cobarde y como loritos adiestrados, los mantras del aislacionismo y el decrecimiento. Su conservadurismo pueblerino e insensato a ultranza parecía abogar por la dejadez como forma de vida para Menorca. ¡Qué triste!
Hace unas semanas adquirí en el Rialto de Palma el libro de Susana Gallardo «Secret houses-Living in Menorca» que editó la mujer de Manuel Valls en ‘Rizzoli’, de la mano del fotógrafo francés Karel Balas. Es una magnífica obra que muestra diversas fincas y viviendas adquiridas por amigos de la editora, muchas de las cuales han sido rehabilitadas o reconstruidas por sus nuevos propietarios hasta devolverles la vida y un nuevo esplendor. En muchos casos eran propiedades abandonas a su suerte bien porque habían perdido su uso original, bien porque devinieron improductivas. O bien porque sus antiguos propietarios no las podían mantener por incapacidad económica o por irresolubles divergencias entre los herederos de las mismas.
Todas son ‘casas con encanto’, es decir, viviendas que ostentan autenticidad y valía. Varias de ellas están en las cercanías de Mahón y sus sash windows muestran la influencia británica tan diferente a los palacios ciudadelanos. La venta de esas propiedades, muchas a franceses, las salvaron de su abandono consiguiendo rescatar parte del patrimonio cultural de la isla que estaba destinado al desguace puro y duro.
Más. Estas inversiones han traído la aparición de nuevos comercios y tiendas dedicadas a satisfacer precisamente las necesidades de esos nuevos propietarios que mantienen el respeto por la tradición local. Y así se han abierto deliciosas tiendas (Can Sab en la Plaza Bastión de Mahón, Can Sancia en Sant Climent...) que mejoran la provechosa senda de la sofisticación en Menorca.
Hace un par de semanas nos invitaron a comer en el Hotel Experimental (en Llucalari, Alaior) también bajo propiedad francesa. Se trata de un lugar espléndido que como sus cercanos Cap de Menorca y Torre Vella, son ejemplos de ese rescate de lugares emblemáticos de la isla que la hace subir de prestigio y de caché.
Los problemas reales de la ciudadanía (falta de viviendas, carestía de la vida, fracaso escolar, un paro juvenil insaciable, etc.) no deberían promover una rabia social hacia los protagonistas del rescate de parte de nuestro patrimonio cultural. Nothing to do. Contrariamente demos la bienvenida a los amigos franceses que ayudan a mejorar la isla, a prestigiar su comercio y a mantener nuestro Patrimonio.
Notas:
1- Anteayer fue un domingo alucinante en este diario. Un escribidor acusaba a la Iglesia de meterse en política (¿no lo hacen cada día los obispos catalanes?) y pretendía poner en un brete a nuestro buen Obispo emplazándole a que renegara de la opinión mayoritaria de la Conferencia Episcopal que asume el clamor (véanse encuestas) del pueblo. Pedir que se acabe ya con el suplicio de tener que soportar la dosis diaria de corrupción o de ver constantemente a nuestros gobernantes sometidos al chantaje de los enemigos declarados (‘ho tornarem a fer’) de España, es un deber para quien orienta a gran parte de los ciudadanos de este país.
Por otra parte, un misionero de barmengol y emblema del localismo más rancio, asegura que usar el pinganillo ‘contribueix a reforçar la convivència i a trencar la dinàmica de blocs’. Sí, han leído bien. Y, orgulloso él, sigue afirmando que (el uso del citado instrumental auditivo) «és un deure democràtic… per anar cap a una Espanya més integradora». Ahora resulta que poner impedimentos para que todos nos entendamos en la lengua común que todos hablamos es ‘un deure democràtic’, y que para integrar más hay que separar mejor y que los obstáculos decorativos que evitan (y separan) la comunicación directa es un artilugio imprescindible para comunicarse mejor. Més tost
2- Parece ser que al fin se impondrá el ‘seny’ en el caso del Splash. ¡Aleluya, aleluya! Basta ya de Cesgardens...
3- La Asociación de Vecinos de Sant Climent es pura extrema izquierda. No tienen credibilidad alguna. Exageran.
4- Ha mentido tanto, tanto, tanto... que ya nadie le cree por mucho que le aplaudan sus paniaguados. ¡So sad!