Seguro que como a muchos esa idea le ha rondado por la cabeza en más de una ocasión. Pero lo difícil no es hacerlo sino más bien a dónde. Cuando te encuentras en pleno terremoto turístico veraniego e inmerso en una serie de inconvenientes, como la falta de espacios donde poder ubicarte cómodamente, cuando los precios se disparan hasta el punto de que una paella puede costarte a tanto el grano y donde los langostinos que la acompañan hasta bailan flamenco, en esa situación y muchas otras más, a lo que te invitan es a que te suban a una catapulta y que te lancen lo más lejos posible.
Hace unos días estuve medio repostado junto a un tenderete de ropa y una señora con aspecto de guiri, inmersa en una marabunta de acompañantes de su mismo origen, al pasó frente a mí, llegó a tocarme la camisa con sus dedos como quien quiere palpar la calidad o textura de una prenda y siguió adelante, lo que me llevó a la conclusión de que me había tomado por un maniquí de ese tenderete. Si tengo que serles sincero, les aseguro que si mi camisa llega a gustarle se la vendo aunque tuviera que acabar a pecho descubierto y posteriormente multado por involuntario exhibicionismo. Y volviendo al tema que nos ocupa, van a perdonarme que no les diga a dónde me voy y cuánto va a durar mi retiro por la sencilla razón de que lo que busco es la tranquilidad que solo aporta una soledad acompañada solo de profundas meditaciones, y que si lo dijera, más de tres ya sería multitud.