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Distrae, enseña y cura

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Muchas librerías han cerrado en los últimos años. Unas doscientas, hace un par de años, heridas de muerte por la plataforma Amazon y las recomendaciones literarias de los llamados influencers, TikTok entre ellos. El sistema de depósito ha generado problemas con las devoluciones y las novedades que sirven las distribuidoras. La piratería y el precio elevado de los libros ha pesado en negativo. Todo eso cuando dicen que ha aumentado el número de lectores a un sesenta por ciento, lo que ha llevado a inventar fórmulas para fomentar la asistencia a las librerías como clubes de lectura, cuentacuentos, presentaciones, etc. Por otro lado, han surgido librerías rurales en ciudades pequeñas, ha aumentado la venta online y algunas entidades se han agrupado para compartir experiencias y hacer frente a las demandas del mercado. Existe hoy el libro digital, una novedad hace pocos años, que poco a poco va consolidándose. El crecimiento de ese tipo de lectura es de un cinco por ciento anual. Lo más vendido es novela contemporánea, policiaca, romántica e histórica. Otro género en auge son los libros de autoayuda. Y no nos olvidemos del libro infantil y juvenil. También existe el fenómeno de los audiolibros que genera ingresos relevantes.

Dice el refrán que la buena lectura, distrae, enseña y cura. Pese a las cifras en auge, se dan algunas circunstancias cambiantes que frenan los hábitos de lectura. Uno de ellos es la invasión de novedades. En tiempos, los tutores aconsejaban leer a los clásicos, que por cierto a menudo son gratis en formato digital, pero hoy en día una novedad editorial dura un par de meses, a lo sumo medio año, con lo que convertirse en clásico debe de ser toda una proeza. Creo que los jóvenes, sobre todo los de la última generación, que se han formado con medios audiovisuales, tablets, ordenadores, etc. Pueden llegar a convertir el papel en un medio obsoleto, tal como ocurrió en otro tiempo con el papiro o el pergamino. Pero aún se oyen quejas entre la gente del tipo «no consigo acostumbrarme a leer en pantalla», o bien: «A mí no me enseñaron a leer y escribir en catalán». El baño de humildad para escritores con cincuenta años de oficio es que le pregunten a uno si todavía escribe, cuando publica regularmente, o que le digan: «Yo sí tengo un libro bueno, pero como no sé escribir yo te lo cuento y tú me lo escribes». Otra cosa: la Inteligencia Artificial: le das unos cuantos detalles y te escribe el libro, plagio de plagios.

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