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Vaticinios

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Que en política las promesas no se cumplen es algo tan sabido que no vale la pena mencionarlo, y que ese incumplimiento no se les tiene en cuenta ni castiga electoralmente, es otro tópico muy obvio que nadie discute. ¿Pero qué pasa con los vaticinios, sobre todo apocalípticos? Porque los políticos prometen mucho, pero vaticinan mucho más, casi siempre ruina y desolación caso de no gobernar ellos, y no es exactamente lo mismo, son verbos distintos. Y no solo vaticinan los políticos, también los comentaristas, los analistas, los expertos, los consultores. Hay toda una industria del vaticinio emitiendo pronósticos a diario, pronosticar sale gratis y es muy rentable, el grueso de la información y la comunicación son vaticinios, y esa actividad previsora, que ocupa a numerosas instituciones, genera además miles de puestos de trabajo, públicos o privados. Por cada promesa incumplida hay un centenar de vaticinios erróneos. ¿Y qué pasa con ellos? Pues no pasa nada, menos aún que con las promesas que se lleva el viento. Porque vaticinar mal, no acertar ni una, tampoco pasa factura.

Los mismos vaticinadores falsos se ocupan de revisar las previsiones, a diario o mensualmente (de pérdidas y ganancias, de crecimiento, de inversiones, de tendencias electorales, de todo), y esta permanente corrección no es síntoma de error sino de exactitud. Con los vaticinios hay más manga ancha que con las promesas, y eso que sus efectos pueden ser peores. Porque si te prometen algo y no te lo dan, te quedas igual, pero si te vaticinan horrores como es costumbre de nuestra derecha, aunque no se cumplan jamás el mal rato que pasas ya no te lo quita nadie. Sin contar otros efectos secundarios del exceso de pronósticos calamitosos, que crean una niebla muy tóxica sobre nuestras ciudades, y si dejas tendida una sábana queda tiznada de vaticinios hediondos. A veces un Gobierno descubre el primer día que no podrá cumplir sus promesas. Le pasó a Sánchez, y también a Rajoy, que lo explicó. «Prometimos bajar impuestos, pero la realidad lo ha impedido». La realidad tiene la culpa de que no se cumplan las promesas. ¿Pero y los vaticinios pavorosos? Ah, esos no requieren excusas ni justificación.

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