Llegamos al ecuador de la legislatura con la sensación de estar al final de una campaña electoral: surgen propuestas recicladas que prometen soluciones milagrosas, pero no son más que un déjà vu. Lo mismo ocurre cada verano en Sant Joan: algunos aparcamientos de playas llenos, accidentes en carretera, falta de agua... Problemas recurrentes desde hace al menos dos décadas.
Este momento invita a mirar atrás. Menorca ha empezado a definir un rumbo claro en sostenibilidad turística, ahora con datos reales como el estudio de capacidad de carga. También avanza la renovación de la carretera general entre Mahón y Alaior, un proyecto largamente demandado que busca reducir su alta siniestralidad.
Se han reforzado los controles contra el alquiler turístico ilegal, eliminando anuncios sin licencia y aumentando las inspecciones. En cuanto al agua, se proponen medidas reales: uso de agua depurada, planes para evitar fugas y construcción de desaladoras para paliar la escasez.
Sin embargo, la izquierda insiste en vender soluciones mágicas como si no hubieran gobernado. Proponer limitar vehículos tras haber liderado 8 de los últimos 10 años es poco creíble. Més, por ejemplo, denuncia masificación en Binimel·là como si fuera una sorpresa estacional, lo que resulta tan absurdo como quejarse del frío en la Antártida.
Es incoherente que quienes han contribuido a estos problemas ahora se presenten como salvadores. Basta con recordar su gestión: la falta de previsión en infraestructuras hídricas, el aumento récord de vehículos en 2018 o las eternas obras en la carretera general. Para colmo, el Gobierno Central propone el «Airbnb náutico», una medida que contribuirá a la «turistificación» del mar, término acuñado por el socialismo menorquín. Tal vez, incluso, esa idea se gestó en alguna conversación informal durante la fugaz presencia de cierto menorquín en el gabinete económico del presidente del Gobierno.
Menorca necesita avanzar, dejando atrás recetas del pasado y obstáculos institucionales. Convivir con el turismo exige infraestructuras sostenibles que preserven la esencia de la isla. Por suerte, ese es el rumbo que ya impulsan nuestros representantes, con proyectos reales basados en planificación y datos. Solo queda desear que los menorquines veamos pronto los frutos de ese enfoque sensato y equilibrado.