De uno de los compartimentos de mi archivo elijo las lunas de verano, tal vez las más preciosas. Los mayores sentados allá en la acera frente a sus hogares, charlando animadamente memorando momentos esplendorosos de su juventud, preguntándose unos a otros, ¡Eh! fulanito ¿recuerdas eso, aquello o Dios sabe qué momento vivido? Ignoro si debía ser la casualidad que nuestros padres incluso algún abuelo coincidían en el tema de Baixamar. Hoy que soy una mujer mayor lo comprendo. Hubo un tiempo que nuestro puerto fue muy importante sin remover tantos dineros como hoy, así es la vida, la pela és la pela. Es moll, tal como también se le denominaba, disfrutaba de un gran reclamo, bien por las factorías que en el mismo se encontraban, digámosle, talleres de velámenes, cordelerías, que amén de abastecer a los menorquines, disponían de clientela según siempre supe de otras ciudades incluso abastecían veleros de banderas extranjeras. Todo ello, gracias a los prohombres del siglo XIX, verdaderos maestros en lo que actualmente se denomina ‘náutica’, no intento ser repetitiva nombrando a los maestros de ribera, ni a los llamados pintores de embarcaciones, por cierto los botes se pintaban de color verde por dentro y por fuera, fue ya muy adelantado el siglo XX que lucieron el blanco en el exterior e interior, otros prefirieron el color de la madera natural con algún adorno de metal que tanto restregaban con el ‘Netol’ haciéndolos relucir.
Iba a despedirme pero permítanme haga un brindis a cuantos hoy cuelgan sus ormejos de pesca, todo está vetado, ni escopinyes, ni erizos, ni caragolins que tanto sabor ofrecían a la caldera, ni pescar con la luna, llegados a este punto todo son prohibiciones, soy consciente de que debemos cuidar la tierra y el mar, pero al paso que vamos es difícil para algunos estar de acuerdo.
Y pensar que en aquel tramo des moll no faltaban jamás los conocidos pescadores de caña y, su fama de copiosas pescades. Aprovecho para recordar a quienes hacían el paseo vora, vora con la fitora en busca de captura de sepias y pulpos y continúo con los dedicados a la modalidad de cuando, llegado el anochecer, ataban en alguna de las anillas una cuerda portadora de ‘la codiciada nansa’ en la cual introducían tentaciones para que acudieran las sorpresas que a la mañana siguiente esperaban encontrar.
No soy rebelde, intento acatar cuantas órdenes nos marca la nueva manera de vivir.