El auge del wokismo impulsado Joe Biden ha arraigado también en Europa y ha cambiado hábitos que considera «perniciosos» y que quizá convendría reactivar. Me refiero a que los periodistas revelen la nacionalidad de quienes cometen delitos. No por afán de promover el racismo, sino porque es información veraz y relevante. Si fuera cierto que personas de ciertas razas cometen más delitos, lo siento, pero el racismo lo provocan ellos mismos. Así que en el Reino Unido ya han dado el primer paso y el premier Keir Starmer ha decidido permitir que la prensa publique la nacionalidad o la etnia de los agresores sexuales. Porque hay cierta psicosis en el país. No es fácil hallar datos concluyentes sobre la violencia sexual en el mundo, en parte porque en millones de sitios apenas se denuncia y en parte porque parece existir interés en correr un tupido velo sobre el tema.
Comprendo que las autoridades se enfrentarían a un problemazo si se desatara el racismo a las bravas, como ocurrió en Torre Pacheco, pero cerrar los ojos y confiar en que los demás no te ven no me parece la política más razonable. Para abordar cualquier cuestión, lo primero que hay que hacer es tener datos y analizarlos. Luego, extraer conclusiones. Y finalmente decidir estrategias. Lo que en otros países o entornos se considera casi normal (o al menos cotidiano), para nosotros es una aberración. Por ello, cuando personas de esos países o entornos se establecen entre nosotros traen consigo esa «normalidad» y no debemos aceptarla. En Afganistán, el 46 por ciento de las mujeres han sufrido violencia física o sexual. En el África negra andan por el 25 y en América Latina por el 13 por ciento. En España es el dos por ciento.