Supongo que habrán visto repetidamente un anuncio de cerveza, muy veraniego, que cada año nos presenta unas vacaciones de ensueño en algún rincón mediterráneo de pinos y playas azul turquesa en que un grupo de amigos se encuentran para disfrutar a lo grande. En el anuncio, la vida parece sencilla y maravillosa. Te entran unas ganas terribles de pertenecer a esa pandilla tan bien avenida que disfruta en el agua, en el bar del pueblo o jugando a cartas. Es tan idílico que parece que ni siquiera pasan calor. No se les ve sudando, desde luego. En este anuncio, la vida es de película. Y por eso, como dicen sus protagonistas, cada verano quieren repetir y hacer lo mismo. Este verano es el mejor del mundo; el que todos desearíamos. Yo cada vez que lo veo me acuerdo de mis veranos de antaño, de los que a veces hablo y escribo. También yo pasé veranos maravillosos, haciendo siempre lo mismo. Cuando algo te gusta exageradamente no quieres otra cosa. Solamente que se repita. Que ocurra lo mismo.
Creo que este anuncio es el único que me paro a mirar con cierto interés. Me resulta muy familiar. Aunque ya mis veranos no sean como este. Porque la vida va evolucionando y te dirige hacia otros lugares insospechados, por mucho que tú solo pretendas poseer más de lo mismo. Qué más se puede pedir, ¿verdad? Y eso que soy consciente de que nada puede ser tan perfecto. Si acaso se acercara un poco a esa perfección, las noticias catastrofistas lo estropearían. Qué podemos hacer con esos mapas del tiempo de color rojo intenso y todas las amenazas que nos acechan: las olas de calor desesperante, el alga asiática, las mantarrayas, los más que posibles incendios, la escasez de agua y la falta de trabajadores del sector turístico, las serpientes, las huelgas de los conductores de autobús, por no mencionar a los turistas que no piensan venir a causa del gran número de turistas que hay en todas partes… No podemos hacer nada. Aunque hagamos lo mismo, no es igual. Solamente en el anuncio. Qué pena.