Anas Al Sharif (28 años). Mohammed Qreiqea (33 años). Ibrahim Zaher (25 años). Mohammed Noufal (29 años). Mohamed Aliwa (23 años). Estos son los nombres y apellidos de los cinco periodistas que formaban el equipo de la cadena Al Jazeera en Ciudad de Gaza y que ha asesinado el ejército israelí, junto con un sexto reportero, Mohamed Al-Khaldi, del medio palestino Sahat, cuya muerte en ese mismo ataque deliberado fue confirmada horas más tarde por los médicos del hospital Al Shifa. El ejército israelí se ha convertido en el «mayor asesino de periodistas de la historia», sostienen desde Reporteros Sin Fronteras.
Los periodistas asesinados estaban en la tienda de campaña destinada a prensa, frente al hospital Al Shifa de Gaza, en la que disponían de luz eléctrica y conexión a internet para poder informar desde el terreno de un genocidio del que Israel no quiere dar noticias: a los periodistas internacionales no les está permitido entrar en Gaza y los medios mundiales requieren del trabajo de los informadores locales para poder acceder a la terrible realidad de los gazatíes, pero cada vez es más difícil esta tarea, porque Israel está asesinando a los informadores: al menos 220 periodistas palestinos han sido exterminados por Israel en los últimos 22 meses; más o menos el equivalente en número de seres humanos a toda la plantilla de un diario de nuestro país como «ABC», por ejemplo. Todos estos profesionales de la información aniquilados se suman a las más de 60.000 personas, incluidos niños y niñas, asesinadas en la Franja por los sionistas desde el 7 de octubre de 2023 (entre Maó y Ciutadella, sumamos actualmente unos 62.000 habitantes).
El asesinato de estos periodistas ha sido, una vez más, deliberado, selectivo, y así lo ha confirmado el Estado israelí, presuntamente democrático, ante una Unión Europea y una comunidad internacional impasibles. La cara más conocida de este último grupo de periodistas asesinados era Anas Al-Sharif, el reportero al que Israel llevaba tiempo amenazando por difundir noticias falsas y ser parte de Hamás, un vínculo que tanto Al Jazeera como Al-Sharif, en su momento, desmintieron, pero que ha servido de justificación para Israel, como en otras ocasiones, para bombardear y asesinarlo tanto a él como al resto de sus compañeros.
La Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha calificado este ataque israelí de «grave violación del derecho internacional humanitario», pero ¿de qué sirve a estas alturas ‘condenar’? Las medidas que se requieren van más allá de las palabras, por mucho que las palabras sean las que parece temer el Gobierno de Netanyahu y su aliado estadounidense.
El dolor no cesa. Los datos, las imágenes, las personas, la hambruna también deliberada, la ayuda humanitaria bloqueada, los asesinatos de personas desesperadas en el exiguo reparto, la destrucción de hospitales, del suministro de agua… es insoportable. La presión en las calles es nuestra única manera de decir a nuestros gobiernos que no les perdonamos la inacción, y que tampoco la historia les va a perdonar; que ya es tarde, pero es urgente y es crucial para marcar con determinación los límites si realmente deseamos un mundo más justo y menos violento que el que amenaza con imponerse en tantas «democracias».
En la Isla, la Taula per Palestina de Menorca, el Comitè Solidaritat Menorca-Palestina o la plataforma Menorca per la Pau están organizando estas semanas asambleas, acciones informativas, caceroladas (este miércoles 13 de agosto, a las 20 h, frente al Ajuntament de Maó) o concentraciones silenciosas (cada sábado, a las 12 h, en las escaleras de la Església del Carme de Maó). Cualquier encuentro es una oportunidad para ser más, para unirnos, para sentirnos, para gritar prou, para denunciar este genocidio planificado y para exigir a nuestros gobiernos medidas contundentes ante la barbarie.