Con sorna más que gallega, es lo que dijo en una ocasión el ministro Pío Cabanillas cuando, después del golpe del 23-F, él se encontraba ya en el Congreso y los de su partido iban entrando en el edificio uno tras otro. Aludía a la posibilidad de que, a veces, los más peligrosos convivan en el propio lecho.
Eso es lo que debieran decir los gerifaltes actuales de los partidos políticos a sus guardaespaldas. Cuando en las esferas altas se dan corrupciones, no corresponde intervenir en primer lugar a los miembros de la oposición, sino a los miembros de la propia corporación; no resulta prudente esperar a que reaccionen antes los contrarios. La histeria que afecta actualmente a la política no se evidencia solo entre los partidos, sino también, en los partidos.
Puesto que nuestros jefes muestran tendencia a creerse su propia propaganda, mejor que lanzar críticas airadas contra otros en comparecencias públicas sería lanzar autocrítica sincera en el interior de los propios cenáculos. La confrontación con los mandamases es difícil, pero en el momento político actual es necesaria. En política, lo más letal no proviene de una potencial pistola ajena, sino de la real podredumbre propia. Los enemigos más perniciosos de un partido político no son los opositores que están fuera gritando, son los afiliados que (en expresión famosa de Jorge Manrique en sus Coplas) están dentro… ¡tan callando!