El debate sobre lo que ahora llaman emergencia habitacional suele ser, como todo, superficial, banal y consistente en culpar a alguien de la situación. Crece una tendencia demencial entre los jóvenes a señalar a los abuelos porque ellos viven mejor y tienen la sensación de que les regalaron su casa. Seguramente no se molestarán en escucharles para comprender a qué dificultades se enfrentaron ellos cuando quisieron comprar su primera vivienda. No les interesa saberlo, solo atacar a otro y sentirse estafados por la vida. Hay una forma de ver el asunto bastante novedosa y profundamente reveladora, que concluye que, de hecho, la vivienda hoy es un 40 por ciento más barata que hace cincuenta años.
Y no es nada descabellada. Se basa en el valor del oro. El oro lleva más de cinco mil años sirviendo de referencia como reflejo de la riqueza. No se pudre, no se oxida, brilla por la eternidad y, lo más valioso, es escaso. De ahí su fiabilidad como referente. Pues cuando uno pone precio en oro al metro cuadrado construido en España se lleva una buena sorpresa. Algo inesperado: en 1975 un piso medio de cien metros cuadrados en España costaba 1.500.000 pesetas, lo que equivale a nueve mil euros y… 150 onzas de oro. Hoy, ese mismo piso anda por los 240.000 euros (40 millones de pesetas), o sea, 88 onzas de oro. Todo esto nos dice que el oro se ha revalorizado, obvio, pero más allá lo que ha ocurrido es que nuestras monedas de curso legal -dólares, euros- se han desplomado. Ganamos muchísimo más dinero que en 1975 (unos cuatro mil euros al año era el salario medio entonces), los precios se han disparado y, sin embargo, el valor real de las cosas, lo que mide el oro, se ha desplomado. ¿Una estafa gigantesca?