El sábado, los vecinos de Pere Garau van a celebrar una fiesta que conmemora el centenario de las Cent Cases, esos bloques de viviendas obreras que dieron pie a la configuración de un barrio que ha visto, como pocos, la evolución vertiginosa de estos últimos cien años en la sociedad palmesana. Un evento que enlaza muy bien con la situación actual de las familias jóvenes de la ciudad, incapaces de acceder a un techo digno por el desorbitado precio inmobiliario y los salarios justitos. Un siglo después, a muchos les da la sensación de que antaño era fácil hacerse con una de esas casas en lo que hoy es el centro de la urbe y al risible precio de 30 pesetas al mes. Pero, ay, lo que nunca nos cuentan es el contexto. Porque España ha cambiado, no mucho, muchísimo, en ese plazo de tiempo. La fiebre de las llamadas «casas baratas» se extendía por todo el país, un modo de acercar la propiedad a la clase obrera. Lo que entonces se entendía por una casita modesta hoy se considera casi un lujo. Mi abuela vivió toda la vida en una así, con su cocina de carbón, cuarto de baño con bañera -una novedad en la época-, jardín, amplio garaje y gallinero en el patio trasero. Aquellas eran familias grandes y debían embutirse un montón de personas en cada hogar. Hay pocos datos sobre el nivel de vida de aquel tiempo. El proyecto de Ses Cent Cases de Pere Garau arrancó en 1925, cuando un obrero ganaba alrededor de 800-1.000 pesetas al año, unas 65-85 al mes. Con ello había que sacar adelante a un montón de hijos. Esta promoción cooperativa se sufragaba con préstamos colectivos a devolver. Costaron 30 pesetas al mes (casi la mitad del sueldo), ¡durante 50 años! No fueron plenos propietarios hasta 1980.
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