Menorca debería, simultáneamente, topar el pico de la curva de visitantes y conseguir que los visitantes se distribuyeran más armónicamente.
Congelar, y rebajar, la entrada de visitantes es más fácil. Depende de la voluntad política y, en el medio plazo, de la aceptación social. El segundo objetivo es más difícil de lograr.
Parece que para evitar la aglomeración de agosto -aunque julio se le parece cada vez más- existe bastante unanimidad. Incluso los que hasta ahora se habían mostrado reacios se van dando cuenta que al final la realidad se va imponiendo. Por tanto, se trataría de buscar la mejor regulación; ahí un debate de soluciones sería muy necesario. Y aportar ejemplos comparables. Podría buscarse medidas progresivas, pero con debate social porque tienen que ser lo más aceptadas e inteligentes posibles. Discutirlas previamente con los agentes sociales y económicos implicados. A veces los propios sectores conocen mejor que la Administración qué medidas son más eficaces y cuáles causan menos daños colaterales.
Pero la evidencia de los datos -Menorca recibió 363.000 «turistas» en agosto de 2024 y 340.000 en agosto de 2023, pero en julio fueron 340.000 y 355.000 respectivamente- no deja lugar a dudas. Tenemos una presión sobre el territorio de más de tres veces sobre los 100.000 residentes. Y dejemos de hablar del «pico de agosto» para hablar de julio y agosto.
Se impone, por tanto, una clara limitación física en el número de entrantes. Empecemos a afrontarlo desde ya.
Respecto de «alisar la curva» las soluciones no son ni tan contundentes ni de resultados a corto plazo. En primer lugar, las tasas e impuestos turísticos deberían subir de manera que dieran indicaciones al mercado de que hay que cambiar el paso de la demanda.
La experiencia que vamos recibiendo de como esta yendo esta temporada nos puede indicar algo claro. Por las últimas noticias, ni la ocupación hotelera ni de restaurantes y similares se corresponde con la tendencia experimentada en los últimos años. Algunos apuntan a que la subida de precios ha cambiado los gustos de los veraneantes (menos restaurantes y más Mercadona).
Quizá aquí empecemos a tener alguna indicación clara; con aglomeración manifiesta y con subidas de precios la respuesta es meridiana: cambio de hábitos de consumo y veremos el próximo año.
Cabría otra estrategia. Adaptar la oferta a las nuevas circunstancias; la subida de las temperaturas hace necesario instalaciones preparadas, mejorando la calidad para alcanzar un producto-servicio diferencial, diferente del de sol y playa. Se imponen reformas -más espacio por visitante- en la planta hotelera, más servicios, más diferenciación. Es decir, más inversión.
En este aspecto, en el de la oferta diferencial, se abren muchas posibilidades. Afortunadamente Menorca puede ofrecer ocio muy singular y variado. Aquí la Administración tiene un papel importante. Fomentar los valores distintivos como el camí de Cavalls, la Menorca Talaiòtica, las aves de S´Albufera, algún Congreso o reunión Internacional en base a la reserva de la Biosfera, serían algunas de las promociones que habría que ofrecer, con campañas diferenciales.
Alisar la curva (alargar la temporada) significa también varias cosas más. Que la planta hotelera y los servicios asociados tendrían que apostar por mantener en funcionamiento su oferta más allá de los llamados meses «punta». Intentar que «la oferta cree su propia demanda». Significa ir a buscar (con ayuda de la promoción pública) clientes distintos a los habituales, con una buena y atractiva política de precios y acuerdos con operadores para construir una «nueva demanda».
Alargar la temporada tiene algún efecto colateral positivo. Un trabajador de 9 meses (es un ejemplo) rinde más que uno de 3 meses al año. Se siente más integrado, puede obtener mejor formación; la Seguridad Social paga menos paro y los empresarios pueden planificar mejor sus actividades.
Y la presión sobre el territorio mejora, con lo que el bienestar colectivo también.