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Cosas que parecen una cosa y son otra

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Aunque los escritores de novelas de misterio, la prensa sensacionalista de agitación política y la publicidad cinematográfica nos repitan machaconamente que «nada es lo que parece», lo cierto es que en la gran mayoría de ocasiones todo es exactamente lo que parece. Se las ve venir de lejos, y lo que no se ve, se adivina. No hay forma de equivocarse: un cerdo tiene aspecto de cerdo, y si hay monstruos, se les nota enseguida por la cara de monstruo que tienen. Si se parece a una matanza, es una matanza.

Salvo, naturalmente, que se trate de cosas diseñadas a modo de trampa, para engañar, para no ser lo que parecen, aunque cuando lo descubres, suele ser demasiado tarde. Un teléfono era un teléfono; ahora ya no se sabe qué es.

Este tipo de cosas —documentos financieros, menús de tres estrellas, tecnología, obras de arte, leyes internacionales, noticias falsas, alarmas, publicidad, espectáculos…— abundan mucho y te estafan a poco que te descuides, pero no son el objeto de este párrafo. Porque no son auténticas cosas que parecen una cosa y son otra.

Tampoco hablaremos ahora de las que no son ni una cosa ni otra, como el puto gato de Schrödinger, o las viviendas que hay y no hay al mismo tiempo. Alguien las ha urdido expresamente para lograr esa confusión y lanzado después al mercado a fin de lucrarse. En fin, que cada cual se las apañe con estos timos y se defienda como pueda.

Yo, por principio, nunca veo series ni leo novelas en las que me avisen que «nada es lo que parece». Me suena a mercancía para tontos.

Que yo sepa, las únicas cosas que no son lo que parecen son precisamente las cosas hermosas. Las que parecen asquerosas, seguro que lo son. Pero las bellezas… ¿A quién le importa qué son, si son hermosas?

Esto vale para criaturas, lugares, frases, objetos y hasta para fórmulas matemáticas. Digamos que la belleza es siempre otra cosa, la cosa en sí de Kant, que ni siquiera Kant consiguió explicar. Yo ni loco voy a intentarlo. Porque además, no tiene nada que ver con eso que la gente entiende cuando se le dice que «nada es lo que parece».

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