Hannah Arendt se ha puesto de moda. En realidad, siempre lo había estado aunque no fuéramos conscientes de ello. Cada vez que alguien alzaba la voz en nombre de la libertad, de la democracia y de los derechos humanos, estaba siguiendo los argumentos que la pensadora de los totalitarismos esgrimía en sus escritos. Vamos, que no es necesario haber leído a Arendt para estar de acuerdo con ella, para reclamar todas esas cosas que hacemos a diario, desde las tertulias del café hasta las manifestaciones callejeras más reivindicativas.
En su obra Los orígenes del totalitarismo, Arendt analiza las formas aberrantes de la política, las tiranías de Hitler y de Stalin como manifestaciones propias de la dominación y como fenómenos resultantes del antisemitismo y del imperialismo. Ella demostró que el totalitarismo es tan de derechas como de izquierdas, un mal endémico que está por encima de los colores políticos. El argumento se asume con dificultad cuando uno se imagina a un Hitler situado ideológicamente en la izquierda que defendía a través de su Partido Nacional-Socialista Alemán de los Trabajadores. Porque te recuerdo que nazismo es la fusión de los términos Nacional-Socialismo. Cuesta imaginar a un Hitler con ideología izquierdista. Sin embargo, alertar sobre los peligros de un nacionalismo socialista o de un socialismo nacionalista llevó a Hannah Arendt a convertirse en el objetivo de la crítica furibunda y violenta de los teóricos del fascismo de izquierdas, que también lo hay, por si no te habías dado cuenta.
No ha pasado un siglo de los acontecimientos más trágicos de la historia de la humanidad y el mundo parece volver a revolverse. Gobiernos occidentales salidos de las urnas y camuflados de demócratas, parecen dirigirnos hacia el enfrentamiento. Es como si nos hubiésemos cansado de vivir en paz, como si necesitásemos conflictos. Forma parte de la condición humana. La historia demuestra que la mejor definición del ser humano se resume en dos palabras: carnívoro agresivo.