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Les coses senzilles

Punto pelota

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El idioma cotidiano está lleno de expresiones hechas que, si se analizan al pie de la letra, resultan tan absurdas como divertidas. Una de las más comunes es «Te has pasado tres pueblos». ¿De verdad alguien cruza pueblos enteros cuando se excede en algo? ¿Y cómo lo hace: en coche, en moto, quizá en patinete eléctrico? Lo que está claro es que nadie imagina al infractor recorriendo tres pueblos en bicicleta: la metáfora perdería eficacia, porque el cansancio sería mayor que la exageración. Otra frase curiosa es «Es tonto, no, lo siguiente». Pero ¿qué es exactamente «lo siguiente»? ¿Idiota, necio, lerdo? La vaguedad es tan grande que convierte el insulto en un juego lingüístico. Lo mismo pasa con «Es difícil, no, lo siguiente». ¿Lo siguiente es imposible? El idioma nos lleva al límite de lo decible, pero no concreta jamás qué hay tras esa frontera. Más moderna resulta la etiqueta «imágenes hipnóticas». ¿Se supone que al mirarlas uno entra en trance, como los pacientes de un espectáculo de hipnosis, o que acabamos manejados como si fuéramos títeres? También podría ser que sean tan bellas que «hipnoticen» metafóricamente, que nos hagan perder el control de nuestros actos. «Me quedé a cuadros» merece capítulo aparte. El hablante no suele pensar en un tablero de ajedrez ni en un mantel de pícnic. Pero la imagen recuerda al gato Tom, que en los dibujos animados aparecía con los ojos cuadriculados después de un golpe. Hoy la versión actualizada sería: «Me quedé a píxeles», como una foto digital demasiado ampliada.

«Ponte las pilas» tampoco se libra de la literalidad. ¿Quién lleva un compartimento para pilas como las muñecas que hablan y caminan? El consejo, en realidad, es un llamamiento a espabilar, pero la metáfora tecnológica no deja de ser graciosa. Y está el famoso «Porque tú lo vales». ¿Qué valor es ese? ¿Un precio de mercado? La frase publicitaria se convirtió en lema de autoestima, pero también deja la duda de si, en el fondo, todo se reduce a una transacción. No menos enigmática es la sentencia «Ha llegado para quedarse». ¿Dónde? ¿En el salón de casa? «Va a ser que no» añade un toque de falsa cordialidad a la negativa: no explica motivos, se limita a disfrazar el rechazo con humor. Y el cierre definitivo: «Punto pelota». Nadie sabe a qué deporte alude, pero funciona como martillazo verbal: no hay réplica posible. El idioma, una vez más, demuestra que la lógica no siempre importa; lo esencial es el efecto sonoro y social de la expresión.

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