Después de asistir a funerales de personas cercanas, uno se convence una vez más que alcanzar nuestra edad ha sido un regalo, incluso envuelto con sus láminas de lija adherentes. Se nos ha permitido vivir, pese a todo, más de setenta años. Ahora toca concienciarnos, asumirlo de buen grado es otro nivel, que en nuestro impreciso horizonte habrán de conformar los residuos de un pasado esplendor...
Decía Maurice Chevalier que envejecer no es tan malo, si se piensa en la alternativa, por tanto, asumir con sus servidumbres la edad que se tiene sea, tal vez, un proceder inteligente; y sin añorar en demasía la edad que se dejó de tener. Uno se apercibe de su ingreso en la vejez, ampliaba el chansonnier, cuando las velas de aniversario ‘pesan’ más que la tarta.
Sin olvidarnos la guinda que nos procuró el cuadragésimo presidente norteamericano, también actor antes y después, cuando reflexionó: «Establece esa frontera, cuando ante dos invitaciones para salir a cenar fuera -indicó Ronald Reagan- se elige la que nos permita estar en casa a las once, a más tardar…».