Al cumplirse quince años de la muerte de Félix Pons Irazazábal, siento la necesidad, más que el deber, de rendir homenaje a una figura de nuestras islas que no solo marcó una época en la política española, sino que dejó una huella indeleble en todos los que tuvimos la suerte de conocerle y escucharle.
Abogado de profesión, fue presidente del Congreso de los Diputados entre 1986 y 1996, una de las etapas más delicadas de nuestra joven democracia. Ejemplo de coherencia y dignidad, garante del respeto institucional y del diálogo entre diferentes, supo estar por encima de las siglas cuando la democracia lo necesitaba, sin dejar nunca de ser socialista, y sin olvidarse nunca de las Islas. En 1989 nuestra universidad le invistió doctor honoris causa.
Dicen que de su padre, Félix Pons Marqués, heredó el rigor intelectual y el compromiso con el derecho, pero estoy convencida que fue sobre todo de su madre Maria Irazazábal, incansable defensora de los derechos de las mujeres, con quien tuve el placer de colaborar, de quien absorbió ese temple sereno, esa humanidad profunda y esa capacidad de escucha que marcaron su forma de hacer política.
Empezó joven. Hace poco, José M. Mohedano me recordaba con afecto y admiración que ya en 1973 organizaron el primer Congreso de Abogados Jóvenes que reunió a toda una generación de abogados, que posteriormente tuvieron un papel destacado en la Transición.
Tuve el honor y la responsabilidad de recoger su testigo como cabeza de lista socialista por las Islas Balears en el Congreso de los Diputados. No es fácil suceder a alguien como Félix Pons. No lo fue entonces, ni lo es ahora, con la perspectiva del tiempo. Porque representaba una forma de hacer política que combinaba convicción con mesura, firmeza con elegancia y profundidad intelectual con una admirable humildad. Pero en ese tránsito nunca me sentí sola. Siempre conté con su ayuda, su apoyo generoso y su consejo leal. No fue un relevo frío ni distante, sino el gesto cálido de alguien que entendía la política como una cadena de compromiso entre generaciones. En Mallorca, su tierra natal, aún resuenan sus palabras sosegadas y su mirada crítica. No le gustaban los focos, prefería el trabajo serio, discreto y constante. El Institut d’Estudis Autonòmics, siendo Luis Segura su director y con el impulso de Tomeu Llinás, entonces secretario de la Presidència del GOIB, quiso también rendirle tributo con la edición del libro Félix Pons, la dignitat del pensament que recoge textos suyos y permite una aproximación directa y lúcida a su pensamiento político y jurídico. Así, quince años después, Félix Pons sigue con nosotros.
Gracias por haber abierto camino. Gracias Félix por enseñarnos que la política puede, y debe, tener alma.