Lo peor de las manadas de ñus, o de las grandes estampidas de cuadrúpedos asustados, es la espesa polvareda que levantan. El polvo difumina y altera los contornos de la realidad, y combinado con el estruendo de millares de pezuñas que hacen temblar la tierra igual que en las grescas políticas de la actualidad, vuelve el aire irrespirable y genera una gran confusión. Es muy peligroso, puedes acabar mordiendo el polvo en las diversas acepciones del término, aunque por otra parte las polvaredas en el horizonte avisan y dan la alarma. «Ahí vienen», dice uno. «Los tendremos aquí en dos horas», dice el sabio escrutando la lejanía con la mano haciendo de visera en la frente. «Yo me largo. Hay que sacudirse el polvo», completa un tercero.
Esto del polvo, que al igual que las cenizas aparece mucho en la Biblia, tiene numerosos significados, algunos fúnebres y otros bastante subidos de tono, y da para toda clase de metáforas y simbolismos. A mí no me molesta, siempre que se esté quieto. Me gusta su carga literaria y su polvorienta huella del paso del tiempo. Le dejo posarse. Sobre botellas y vasos, sobre libros, libretitas y gomas de borrar. Sobre el teclado del ordenador, sobre los peluches, sobre la almohada. Hace hogareño, puede ser un refugio, y por supuesto, ilustra acerca del sentido de la vida. Escritura sobre el polvo. Polvo al polvo, ceniza a la ceniza, recita un fatigado clérigo anglicano en los funerales. Banderas en el polvo, apostilla Faulkner con el sombrero en la mano.
Otra cosa distinta es la polvareda, llena de ruido y furia, que hace polvo a personas y cosas, arrebata las ideas, deforma la realidad, acelera el tiempo. Hasta un huevo frito recién hecho está ya polvoriento. Y ahora, lo habrán notado, es época de polvaredas. Como las que levantan grandes manadas de ñus huyendo despavoridos. Se nota que están asustados por las nubes de polvo que les rodean. Y salvo que se trate de polvos de maquillaje, de empolvarse la cara, no hay forma de que el polvo se esté quieto. No se posa, no vemos nada. Por el retumbar de los cascos lejanos se calcula cuánto tiempo nos queda. ¿Horas? ¿Meses? ¿Años? Por si acaso, mejor poner pies en polvorosa. Polvo al polvo.