La tragedia que asola Oriente Medio desde finales del 2023. —y que, en realidad, arrastra décadas de conflicto— ha llegado a unos niveles de horror e inhumanidad que ninguna conciencia libre puede aceptar. Como ciudadano comprometido con los derechos humanos, rechazo con la misma firmeza la matanza indiscriminada del pueblo palestino por parte del ejército israelí, como la brutal masacre perpetrada por Hamas, el 7 de octubre de 2023, contra la población civil israelí.
Ambas realidades deben ser condenadas sin paliativos. Porque no se puede exigir justicia desde la injusticia. Porque no puede haber paz donde se siembra el odio.
La ofensiva militar desatada por el gobierno de Israel en la Franja de Gaza está provocando una catástrofe humanitaria de dimensiones insoportables. Miles de muertos, entre ellos ancianos, mujeres y niños, infraestructuras civiles arrasadas, hospitales bombardeados, campos de refugiados convertidos en ruinas. Esta respuesta desmedida, desproporcionada e inhumana no puede justificarse bajo ninguna doctrina de legítima defensa. Es una tragedia que clama al cielo y que la comunidad internacional no puede seguir mirando de perfil.
Pero es igualmente inaceptable ignorar el origen inmediato de esta tragedia: el salvaje ataque de Hamas contra población civil israelí, con mujeres violadas y asesinadas, niños asesinados, y ancianos y jóvenes secuestrados. Fue un acto de barbarie puro, que no representa al pueblo palestino, pero sí demuestra la naturaleza de una organización terrorista que lleva años cometiendo crímenes e imponiendo un régimen de terror en la zona de Gaza.
Hamas no solo ha provocado esta guerra; ha hecho del pueblo palestino su escudo humano. Se oculta entre civiles, almacena armas en hospitales y escuelas, lanza cohetes desde barrios residenciales. Y, mientras tanto, impone una dictadura teocrática y despiadada sobre su propia gente.
En Gaza no hay libertad de ningún tipo. Las mujeres viven sometidas bajo un régimen misógino que las relega a simple cosa dentro de la sociedad. Los homosexuales son perseguidos y torturados y en algunos casos ejecutados. Los cristianos son también perseguidos y viven bajo amenazas constantes. El miedo gobierna las calles. Hamas no es la esperanza del pueblo palestino. Es su cárcel.
Israel, a pesar de que es una democracia con valores occidentales, con división de poderes, elecciones libres, libertad de prensa y derechos para sus ciudadanos, judíos, musulmanes, cristianos o ateos, no pueden seguir sosteniendo esos valores si el precio es la indiferencia ante el sufrimiento del otro. No se puede proteger una democracia destruyendo sistemáticamente la vida civil del territorio vecino.
Hoy más que nunca, es necesario alzar la voz y decir basta ya. Basta a la masacre en Gaza. Basta al terror de Hamas. Basta a la impunidad. Basta a la ocupación sin solución política. Basta a los secuestros, a los bombardeos, al odio…, basta, basta.
La salida no puede venir de más violencia. La salida pasa por la liberación inmediata de los rehenes israelíes en manos de Hamas. Pasa por el alto el fuego inmediato y verificable de todas las partes. Pasa por una nueva arquitectura política que permita redefinir fronteras con apoyo internacional. Pasa, como ha pedido la ONU y, sorprendentemente, más de veinte países árabes, por la convocatoria de elecciones libres y democráticas en Palestina, donde el pueblo tenga por fin voz y voto sobre su futuro.
Y es que la paz no se construye con hipocresía, ni con pancartas. Por supuesto que es legítimo, necesario y admirable que miles de ciudadanos se manifiesten en las calles exigiendo el fin de esta guerra. Pero esas movilizaciones pierden toda credibilidad moral cuando solo condenan a una de las partes del conflicto, mientras callan —por conveniencia política, por tactismo electoral, o ceguera ideológica— ante los crímenes de la otra.
Eso es, lamentablemente, lo que está ocurriendo en nuestro país. El Gobierno de España, por puro tactismo electoral y tapar sus vergüenzas, se ha dedicado a señalar únicamente a Israel, y está bien, pero ha olvidando que fue Hamas quien encendió la mecha con una masacre indescriptible.
¿Dónde estaba el señor Sánchez y sus moralistas el 7 de octubre, cuando familias israelíes fueron masacradas en sus casas y más de 200 personas secuestradas, entre ellas niños y ancianos? ¿Dónde estuvo la condena firme, sin matices, contra los terroristas?
Reitero, una vez más, mi total rechazo a la desproporcionada e inaceptable respuesta del gobierno de Israel —no del pueblo israelí— contra la población civil palestina. Pero con la misma claridad condeno los actos terroristas de Hamas, así como la falta de presión internacional, especialmente desde las democracias occidentales, para aislar y desarticular este cáncer terrorista que oprime desde hace años a un pueblo noble, valiente y pacífico como es el palestino.
La paz se construye con justicia, no con hipocresía. Con verdad, no con propaganda. Y sobre todo, con valentía moral para señalar a todos los culpables, no solo a los que convienen a nuestros intereses partidistas, sean estos de derechas o de izquierdas, porque como nos recordaba el papa Francisco: Para Dios no hay víctimas de primera y de segunda