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Una nueva era

Migración: el reto que no admite buenismo

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Las migraciones son una realidad que  traspasa todos los tiempos. Desde siempre, los seres humanos han buscado nuevos horizontes: por comida, por refugio, por un nivel de vida mejor o por escapar de sistemas autoritarios en sus países de origen. Hoy, además, se suma un nuevo motivo: el cambio climático, que obligará a cientos de miles a abandonar tierras cada vez más hostiles.

No es descabellado pensar que, en ciertos casos, detrás de los grandes movimientos migratorios pueda haber también estrategias de control o intentos de reconfigurar sociedades en los países de destino. Una idea inquietante, pero que no debería ser descartada a la ligera.

Hablar de migración en España se ha convertido en un terreno minado: o se cae en discursos alarmistas que alimentan el miedo, o se cae en un buenismo vacío que evita mirar de frente los problemas. Pero la realidad está ahí y es demasiado seria como para simplificarla.

En 2024 llegaron a España casi 64 000 migrantes en situación irregular, de los cuales más de 46 800 lo hicieron a través de Canarias. En Balears, la presión migratoria también va en aumento: solo en la primera quincena de agosto de 2025 se registraron 4 323 llegadas en patera, un 77 por ciento más que en el mismo periodo del año anterior.

Por otro lado, en Madrid la presencia de población empadronada de origen latinoamericano supera ya el millón de residentes, un dato que refleja la importancia de la inmigración    en la configuración social de la capital.

Las Islas Balears encabezan el ranking nacional de inmigración, tanto en porcentaje de población extranjera como de nacidos en el extranjero, seguidas de cerca por Cataluña y Madrid. En particular, Cataluña ha experimentado un crecimiento notable en los últimos años: del 18 por ciento en 2024 ha pasado a más del 25 por ciento en 2025, lo que supone más de un millón de personas nacidas fuera de España. No son simples estadísticas, sino el reflejo de un fenómeno que no se detendrá.

La cuestión es si esta situación vamos a gestionarla con responsabilidad o con frases bonitas. Porque el buenismo —ese discurso que reduce todo a hospitalidad sin límites ni condiciones— no lleva a ninguna parte. No es realista pedir a sociedades que ya viven con escasez de trabajo, de vivienda y de servicios públicos, que asuman llegadas masivas sin ningún tipo de planificación. Fingir que la convivencia se resuelve con sonrisas es tan ingenuo como peligroso: alimenta frustración y abre espacio a discursos extremos.

La convivencia exige un esfuerzo serio. Hay diferencias culturales que son profundas, y algunas, como las que se derivan de visiones radicales del islam, chocan frontalmente con valores democráticos básicos: igualdad de género, libertad religiosa, derechos individuales y muchas otras. Ignorarlo sería un error. El respeto debe ser mutuo, y eso implica que quienes llegan han de adaptarse sin reservas a las normas comunes del país que los acoge.

Por eso la inmigración necesita regulación firme, clara y justa. No hablamos de cerrar puertas, sino de saber abrirlas de manera que sea sostenible: que el sistema de acogida no colapse, que quienes llegan encuentren dignidad y que quienes ya viven aquí no sientan que pierden lo suyo, o que se ataca su idiosincrasia. Una inmigración regulada puede ser un motor de rejuvenecimiento y riqueza cultural; una inmigración desordenada, en cambio, sólo trae tensión social y desconfianza.

España no puede permitirse seguir atrapada entre el miedo y la ingenuidad. Hace falta una política migratoria seria, con reglas claras, que combine humanidad con realismo. Porque la migración no es un eslogan: es un reto que exige madurez, valentía y la convicción de que la convivencia es posible, pero nunca automática. Requiere un esfuerzo importante por ambas partes.

Quienes llegan a un nuevo país deben hacerlo con respeto hacia la sociedad que los acoge. Esta decisión implica el deseo de integrarse en una comunidad que ha conquistado sus derechos gracias a muchos años de esfuerzo colectivo. La imagen que acompaña este texto refleja prácticas culturales donde la mujer queda en un segundo plano. Es importante subrayar que la inmigración no debe suponer un retroceso en estos logros, sino una oportunidad para convivir, sumar y enriquecer. «Llegar es integrarse, y solo desde ahí la elección cobra pleno sentido».

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