Uno de mis tíos (Ildefonso de nombre, aunque le llamábamos Alfonsito hasta su vejez) tenía, a sus cuarenta años, la mentalidad de un niño pequeño (sin embargo, para algunos asuntos resultaba ser tremendamente avispado). Quizás algo fuera mal durante el parto, el caso es que le produjo como secuela un retraso mental irreversible. Por circunstancias que no vienen al caso debía permanecer gran parte del año internado en una institución sanitaria, a la que en casa llamábamos «sanatorio». En las etapas de internamiento le visitábamos los domingos. Mi padre le llevaba tabaco y dinero de bolsillo para chucherías (el resto de necesidades quedaban cubiertas en la institución).
Recuerdo una ocasión en la que mi tío había gastado más de lo que se esperaba en circunstancias normales, y todo indicaba que había contraído una pequeña deuda con un interno.
En el sanatorio había un gracioso monito que allí vivía en calidad de mascota comunal. Mi tío nos explicó con toda naturalidad que el mono era el culpable de su desajuste presupuestario. Para darle un punto de realismo a su historía, imitaba la (hipotética) voz de un macaco castellano parlante en la escena en que este le pedía dinero prestado de la manera más convincente. El animalito jamás devolvió el préstamo a mi tío, y esto explicaba la insolvencia en que le encontramos aquel domingo.
Rememoré esta escena hace años cuando escuché a Nicolás Maduro confesar cómo le hablaba un pajarito y cómo deducía que aquella chispeante criatura era Hugo Chávez en formato jilguero.
Después he tenido muchas más ocasiones de recordar la anécdota de mi querido tío escuchando las explicaciones del borrado de dispositivos del Fiscal General, o con ocasión de las múltiples versiones de la visita de Delcy al aeropuerto de Barajas o la consideración de «esporádica colaboración» los tropecientos mails de apoyo a los negocios privados de la esposa del amado líder, elaborados por una empleada pública.
De este tipo de batallitas encontramos cientos en las que individuos pillados en renuncio tratan de explicar lo inexplicable de la manera más penosa e insultante (para la inteligencia) que imaginarse pueda. Todas ellas me trasladan (como la magdalena transportó a Proust) a la anécdota del monito. La enorme diferencia es que mi tío era una buena persona.
La estulticia humana es insondable. Un claro ejemplo lo encontramos en aquellas gentes que, después de comprobar la elasticidad de los principios éticos perfeccionada por la pareja formada por el coletas y su entusiasta parienta, que pasaron de condenar -por ser marca de la ‘casta’- los chalets de lujo con piscina y los colegios elitistas, a sumergirse en las comodidades que tales productos aportan a una familia modélica (aunque esta sea profundamente progresista), accedieron a contribuir con sus donaciones a la ampliación de uno de los negocios del macho alfa. Traducido: una pareja que entre los dos ingresan más pasta en un mes que tú en un año, te pide limosna para sus negocietes y se la das. Hay gente pa to.
Y si la estulticia es inconmensurable, el morro que lucen algunos personajes es descomunal. Si lo dudan, escuchen la respuesta de la Montero a la pregunta directa de un diputado.
Pregunta: ¿Sabía usted que el hermano del presidente vivía en La Moncloa mientras declaraba que residía en Portugal (donde se pagan menos impuestos)? Nótese que la interpelada es ministra de Hacienda, con lo que eso significa en un caso de trampantojo fiscal.
Respuesta: «Standard &Poor ha elevado el rating de España». Tócate las narices, añadiría un observador atónito.
Todos estos extremos son desconocidos para un gran número de españolitos pues muchos de ellos se informan en la tele, en «El País», etc, y los ‘periodistas’ de dichos medios se cuidan muy mucho para que estas cosas no salgan a flote, pero son realidades fácilmente comprobables tras un mínimo esfuerzo de búsqueda. Quedan periodistas honestos por fortuna (y por ahora).
Todos los despropósitos del Gobierno (el abandono a los saharauis verbigracia) se intentan borrar con señuelos y palabrería hueca.
Culpa del macaco, sin duda.