Dice Pedro Sánchez en la ONU que la historia juzgará a quienes miraron hacia otro lado ante la masacre palestina. Sin duda es cierto. Lo que no nos explica es cómo va a ser esa historia futura. Porque a menudo las cosas ocurren por algo y ese algo tiene mucho que ver con el pasado y con el presente. Por eso es tan espinoso el asunto gazatí y palestino en general. Cualquier persona cabal y algo idealista aspiraría a que esa gente tuviera su propio Estado, se autogobernara y dejara de vivir como parias, cosa que llevan décadas haciendo, alimentándose en exclusiva de la ayuda humanitaria internacional, convertida su propia tierra en un inmenso campo de refugiados, sin el menor atisbo de progreso. Habría que preguntarse por qué. Lo fácil, el recurso de los ignorantes, es achacar toda la responsabilidad a Israel, pero la realidad no es tan sencilla. Los palestinos, divididos actualmente en Cisjordania y Gaza, bajo el mandato de Al Fatah los unos y de Hamás los otros, han tenido un montón de oportunidades de abandonar esa vida de miseria y sometimiento y las han rechazado una tras otra. Lo único que conseguimos con la oleada de conmiseración que recorre hoy el planeta es revictimizarlos, arrancarles la escasa energía que les queda. Si, como desean Sánchez, y ahora también Emmanuel Macron, Keir Starmer y tantos otros mandatarios internacionales, se hiciera realidad, habría que empezar a pensar a quién dirigirse para organizar ese Estado palestino, esa Free Palestine que enarbolan las pancartas. ¿A Al Fatah, a Hamás? Se odian a muerte entre ellos y su reguero de sangre lo atestigua. Cuando no hay un interlocutor válido es difícil sacar adelante cualquier proyecto. Mucho más uno de esta magnitud.
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