Lo que es capaz de conseguir el márketing, es increíble. Al planeta le atenazan ahora mismo miles, o millones, de problemas graves. Pero alguien ha decidido que todos debemos enfocar nuestra mirada sobre Gaza porque, al parecer, el resto de las víctimas de cualquier tipo de atrocidad no son importantes o no merecen compasión ni solidaridad. Cosas de la política, siempre teledirigida. Y de la borregada general, que obedece a la voz de su amo sin rechistar y, lo que es peor, sin plantearse siquiera que puedan existir otras cuestiones más allá del foco. En fin. En España existen más de trescientas empresas dedicadas a la fabricación de armas y componentes para defensa. Un sector industrial que deriva de las necesidades militares establecidas ya por los Reyes Católicos en el siglo XV y que, como toda la industria española, ha sufrido los vaivenes de la reglamentación, la reconversión de Felipe González y la falta sistémica de inversiones y modernización.
Aun así, es un sector potente, prestigioso, que ofrece empleo estable, muy bien retribuido y de alta especialización, lo que la convierte en una joya dentro de la economía de pandereta del país. Ahora bien, si nos ponemos finos todos sabemos a qué está destinada la producción armamentística: a atemorizar, herir o matar. Por eso resulta un poco ñoño cerrar el grifo de nuestras armas a Israel para que no masacre a los palestinos –lo hará igualmente con otras armas– y, sin embargo, permitir que nuestras fábricas sigan vendiendo armas a otros estados que seguirán masacrando a sus enemigos sin que nos importe un comino. Porque la tele no habla de ellos. La consecuencia será la estrangulación de uno de los pocos sectores solventes que tenemos.