En el norte de Europa suenan tambores de guerra mientras la crisis económica se enquista, cambiando por completo el paradigma que creíamos imbatible: una Europa rica, dinámica, moderna, que blinda los derechos de sus ciudadanos y que no tiene enemigos, solo aliados y clientes. La realidad es ya otra y bastante penosa. Pero da igual, a nosotros nos embaucan con vino y panderetas, siempre ha sido así. Spain is different. Aquí lo importante es que no pare la fiesta, que todo el mundo sea prácticamente analfabeto, que vote por impulsos del hígado y que alguna cosilla insignificante cambie para que todo siga igual. Nos pillará el tsunami con un cubata en la mano escuchando a Los del Río y riendo el último chiste machista. Somos así.
Arriba, más al norte, las estadísticas económicas pintan bastos y las sociales se tiñen de negro oscuro. Apenas nos lo cuentan. En Alemania cierran fábricas, despiden a obreros por miles: cien mil trabajadores de la industria automotriz se van a la calle porque China nos pasa por encima como un ferrocarril sin frenos. No hemos sabido verlo venir y no queremos tomar las medidas necesarias para hacerle frente. Al contrario, lo que preferimos es abanderar el estandarte de la beneficencia y acoger a todo el que llame a la puerta para darle de comer, arroparlo con una manta y luego dejarlo a su suerte, en un continente que hace aguas. Desde Bruselas, los criminales que nos gobiernan nos dicen que Rusia es el enemigo, para ocultar que lo son ellos mismos, quienes nos condenan a la pobreza y la guerra mientras se llenan los bolsillos con la más clásica de las corrupciones: robar a manos llenas y simular ser gente decente. A esos, por cierto, les votan PP y PSOE en Europa.