No acabo de entender cómo tanta gente (incluidas muchas de mis amistades) se siente cómoda perteneciendo (en modo hooligan) a un rebaño. El rebaño rojo, el rebaño azul, el morado, el verde, el estelado, el de la agenda veinte treinta, etc. Los rebaños suelen tener su pastorcito, el pastorcito usa sus perros para poner orden, y también depende de un amo, que le indica dónde y qué deben pastar los corderos.
Muchas de esas criaturas, ante una nueva duda, primero escuchan lo que el pastor sugiere que deben opinar y después lo asumen y opinan lo que el pastor ha subrayado en el ideario.
El mecanismo es similar al de los ministros y los portavoces del amo. Primero reciben el texto, luego repiten la consigna casi con idénticas palabras. Entendible es que haga eso un Patxi o una Pilar, porque no valoran tanto su dignidad como su sueldo, y este depende de obedecer consignas; pero que lo haga una oveja rasa del rebaño parece asaz patético.
Si la oveja interrumpe por un momento su balido asertivo y se fija en que la están esquilando y ordeñando a cambio solo de un refugio más bien cutre donde pasar la noche, se dará cuenta de que el pastor vive mucho mejor que ellas, pero que incluso lo del pastor resulta una miseria comparado con la vidorra que se pegan los amos del cotarro (y no hablo de esos emprendedores que han hecho fortuna a base de trabajo, buenas ideas y un punto de suerte). Con la lana y la leche del rebaño se pagan los capataces hasta sobrinas en sus más memorables ocasiones, vuelos en jets sin necesidad de justificar siquiera su objetivo real, dietas a gogó, comilonas a cargo del rebaño, etc.
Conste que no me creo el más listo del reparto: la mitad de mi esfuerzo lo entrego para que la fiesta de esta gente no decaiga (lo de los hospitales, las carreteras y ese cuento tipo «casa de la pradera» se lo trague su prima), pero congruentemente con el sentido común, no me dedico a defenderlos cuando sueltan las descaradas mentiras con que a diario se ríen de nosotros.
Si convives con un mentiroso (no es mi caso afortunadamente, aunque conozco el tema por algún que otro sufridor), la vida se vuelve muy incómoda, desasosegante.
No entiendo entonces a los votantes del PSOE (ni a muchos otros votantes): desde su líder hasta sus ministros, sus portavoces y sus palmeros mediáticos no paran de decir mentiras, y no obstante la peña aplaude ese comportamiento vil que sin embargo no aceptaría en su pareja o en sus hermanos. Es un puñetero misterio.
Hace poco tiempo Maduro era un dictador (y desde mi punto de vista lo sigue siendo, tras robar unas elecciones), un torturador y un tipo comparable (esto lo digo yo) a Videla, Pinochet, Mussolini o Hitler. Si preguntabas por Maduro a un psoeadicto cuando el partido progresista (te lo juro, primo) se enfrentaba a Podemos, te decía que era chungo. Luego, desde la visita de Delcy ya no es tan malo; al menos no se le crítica abiertamente. Por ejemplo: no se felicita a Corina desde el entorno PSOE con excusas cristalinamente falsas como que no se han felicitado antes a premios Nobel de la paz: mentira gorda, y además contrastable con suma facilidad con echar un vistazo a la hemeroteca.
Perdonen la brasa que les aplico cada quincena, pero es terapéutica en mi caso, porque si bien puedo expresar mi criterio en este diario (y agradezco que en él se respete la libertad de opinión), no es así en la calle, donde en cuanto te desvías (aunque sea en un leve matíz) del argumentario oficial (especialmente del ideario sanchesco, pero también del ideario de otros rebaños) se te abalanzan furiosos encima esgrimiendo argumentos (mantras) creados por los departamentos de comunicación correspondientes.
Dejo, para acabar esta extensa y repetitiva filípica, una pregunta tonta: ¿en qué se ha convertido nuestra sociedad cuando las ovejas, con su dinero, vía supertributos, tenemos que financiar no solo a miles de chiringuiteros enchufados sino también a tertulianos probablemente lerdos a jornada completa, que sostienen que la desaparición de autónomos constituye un gran logro para el país?
Y mientras, el rebaño calla o aplaude.