Acaba de llegar a nuestras pantallas «La deuda», la última película de Daniel Guzmán, una película valiente, comprometida y necesaria. Aborda un tema de máxima actualidad, el de los desahucios, y lo hace centrándose en la indefensa figura de una pobre anciana que no puede pagar la deuda que le reclama el banco. Ella vive en ese piso con Lucas, un cincuentón en paro que intenta por todos los medios a su alcance cancelar esa deuda. Trata de negociar con el banco, pide dinero prestado a prestamistas que no se andan con chiquitas… y llega a robar para poder reunir el dinero necesario para evitar que Antonia, esa entrañable anciana, acabe con sus huesos en la calle. El problema es que lo que roba en un centro médico es un desfibrilador justo pocos minutos antes de que traigan corriendo a un chaval de once años con parada cardíaca. Ese es el punto de partida que nos plantea Guzmán: cómo un pequeño hurto aparentemente sin importancia puede llegar a convertirse en un verdadero drama que acaba llevando al bueno de Lucas a prisión.
¿Puede la gente de buen corazón sobrevivir en un mundo tan frío, cruel y agresivo como el nuestro? ¿Qué hacer cuando todas las puertas se van cerrando y una víctima inocente va a pagar las consecuencias? ¿Cómo defenderse de una sociedad que ha olvidado lo que significa la humanidad? El amor a los demás, a las causas justas, a esa Antonia que encarna a todas las Antonias que intentan sobrevivir en un mundo que no entienden y que no las respeta. Los molinos a los que se enfrenta Lucas no son molinos sino auténticos gigantes que sólo entienden el idioma del dinero. Él intenta convencerles con argumentos humanos, lógicos, factibles, pero no son lo que los gigantes quieren oír. En su jerga sólo caben rentabilidades y resultados y se protegen tras un escudo invencible: el de los procedimientos y protocolos. La deuda es sin duda, una película que nadie, absolutamente nadie, debería dejar de ver. Gracias Daniel Guzmán por ser uno de nuestros últimos y más valientes Quijotes.