No les hubiera abierto mi corazón; y ni caso a quien no lo mereciera... En esto estaba un amigo cuando me hablaba de decepción, tras exteriorizar que algunos conocidos ¿?, pese a largos años de afinidad, no resultaron como creía; y se entiende por extensión, pues, pocos libramos. Los amigos de verdad, más bien escasos, son estribos en nuestra vida, aunque no nos veamos a menudo y aunque nos olvidemos de sus aniversarios o incluso cuando no asistamos a los funerales de sus más allegados, que ya es decir...
La fibra que une a los amigos, esos, que de una mano sobran dedos, es capaz de resistir eventualidades y errores, pero no el ninguneo, esa luz roja que se enciende cuando a uno lo tratan con desdén o ‘pasan’ de él, según vientos de conveniencia, que no excluyen recelos... El calado de una amistad, recordaba Borges, no debería medirse por la frecuencia en la relación, sino en la generosidad con la que cada uno acepta las faltas del otro y, como uno a otro, se las disimulan; Job mediante...
Las amistades evolucionan con el tiempo, claro está, pero no en lo esencial ni en sus gestos manifiestos: es fácil seguir el hilo de un diálogo mantenido en un lejano pasado, sin empezar de cero, tanto, como continuar con lo que decíamos ayer. Otras actitudes se dan al comprobar cómo se alegran con nuestras satisfacciones y con que empatía nos acompañan en las adversidades. Coda: cualquier parecido con lo expresado podría tratarse de mera coincidencia...