Una vez más, los Premios Princesa de Asturias han puesto en el centro de atención a personas de gran valía por su obra y sus probados méritos en diversos campos. Si otros años fueron Leonard Cohen y Serrat, cuyas canciones escuchaba cuando llegué, adolescente, a Barcelona, esta vez me afectan especialmente Eduardo Mendoza y Byung-Chul Han. Con el primero me he reído, pero el segundo me ha hecho reflexionar. Reír y pensar son dos ocupaciones importantes, después de otras primarias que nos permiten subsistir en este mundo peligroso e incierto.
Nos llegan informaciones alarmistas sobre la inteligencia artificial (IA), que pronto veremos si se cumplen. Todo va a velocidad supersónica, casi lumínica. Estamos más controlados que nunca, aunque no lo sepamos. La política parece una obra de astracán, con ridículos personajes intentando vestir de bellas palabras sus instintos más inconfesables. Todo el mundo pegado al móvil. Ya nadie sabe cuál es la verdad. La verdad la dictan los que mandan. No sé si somos conscientes de lo que se nos viene encima. Eduardo Mendoza afirmó en su discurso que lo último que se pierde no es la esperanza, sino la vanidad. Lo dijo antes el Eclesiastés. El filósofo Byung-Chul Han reivindica la siesta y la fiesta. Que no nos exploten como ganado ni nos traten como simples votantes. Somos mucho más. Me lo ha chivado una inteligencia artificial de última generación.