Enfrentarse a un papel en blanco es una experiencia capaz de sacar todo eso que llevamos dentro y que, a veces, ni siquiera sospechábamos. No es que el papel sea un espejo, el papel, o incluso la insípida pantalla, es más, mucho más que eso, es como si hubiera otro tú en él que te tiende la mano para que le sigas, para que te sigas, a lo más hondo. De repente, sin saber de dónde, cómo o por qué, coges la mano y un montón de ideas van acudiendo a tu mente, vienen para sacudirte a veces incluso allí donde más te duele, y vienen para ordenar tu mente y tu corazón para que saques todo eso que has ido viviendo y guardando durante tanto tiempo. Escribir una novela, un ensayo, un diario o una simple carta no es algo que se pueda hacer en un tiempo, largo o corto, determinado porque en ese papel que escribes vas posando todo lo que te ha hecho ser como eres, tus recuerdos van acudiendo puntuales a esa cita, no sabes de dónde vienen, dónde habitan esos recuerdos que aparecen para alborotar tus neuronas y traerte aquellas sensaciones y emociones que viviste, o soñaste, cuando encontraste aquella mirada, cuando diste o te dieron aquel beso, cuando, sin saber por qué, sentiste esa mariposa aleteando en tu pecho recordándote que en ese instante, en ese preciso aquí y ese ahora, fuiste feliz, cuando un paisaje o una obra de arte entraron en ti para quedarse, cuando se te cayó aquella lágrima viendo una película o recordando los besos que no diste. En un papel en blanco vive la vida, toda la vida, todas las vidas…
El papel en blanco no es un enemigo que cuestione tu creatividad, sino un amigo que viene para tomarte de la mano y acompañarte en ese viaje sin fin a tu memoria, esa que vas modelando cada día cincelando tu recuerdo de todo aquello que viviste, limando las asperezas y rugosidades que lo esconden, puliendo cuidadosamente los detalles, una canción, un olor, un verso, que los han protegido durante tantos años. Somos memoria, la memoria es nuestra identidad, lo que nos hace ser como somos, y el papel en blanco es ese velero que nos invita a navegar sobre las aguas del sinsentido de nuestras vidas, de nuestras renuncias y frustraciones, sobre las procelosas aguas de lo que pudimos haber sido.
Escribir es revisitar nuestra infancia, esa patria sin exilio a la que siempre perteneceremos, es volver a vivir todo aquello que nunca morirá mientras siga viviendo en nosotros y en las personas con las que queramos compartir el recuerdo de nuestras vivencias, la íntima esencia de lo que somos.