El candidato demócrata que acaba de ganar las elecciones a la alcaldía de Nueva York lo ha hecho con promesas basadas en reducir el coste de la vida: congelar alquileres, promover vivienda pública, gratuidad del transporte, universalidad de la atención médica a la infancia y guarderías gratis. Algo que en Estados Unidos suena a revolucionario y que en Europa hasta la derecha más rancia tiende a prometer. Una canción que les suena bien a los pobres. Porque Zohran Mamdani no ha prometido mejorar el nivel de vida, quizá no esté en sus manos como futuro alcalde, sino bajarlo. En una sociedad como la estadounidense, donde el sueño americano sigue siendo el motor, lo que la gente desea es ganar más dinero, gastar más, disfrutar más, ir escalando los peldaños socioeconómicos que te transportan a un nivel superior. La ambición, el trabajo duro, el esfuerzo constante, el ahorro y la previsión son típicos valores al otro lado del charco que, por lo que parece, empiezan a ponerse en duda. Coincide el triunfo de Mamdani con el cierre del Gobierno federal, un evento rocambolesco que sucede cada año y cada vez lo hace de forma más prolongada y dramática: los funcionarios dejan de cobrar porque no hay presupuesto. Esto, que podría ocurrirnos a todos en algún momento inesperado, allí se convierte en catástrofe porque esos funcionarios no han ahorrado ni para sobrevivir una semana. Acuden en masa a comedores sociales y organizaciones caritativas que donan alimentos. Recordemos que los yanquis cobran semanalmente y el salario medio semanal de un funcionario equivale al nuestro de un mes entero. Les pagan cuatro veces más que a nosotros, se ahogan en deudas. ¿El país más rico del mundo está lleno de pobres?
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